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Horacio Preler
/ La tarea de la creación


 

“La tarea de la creación”


No siempre fue fácil para el escritor encontrar su ubicación en la sociedad y creo que para el poeta el problema es mayor. Eso se debe a que el lenguaje que utiliza no es el mismo que se usa generalmente.

En el quehacer cotidiano se necesita un lenguaje preciso que rápidamente solucione lo inmediato. La urgencia prevalece sobre la reflexión y la inmediatez le gana a la complejidad del pensamiento, porque pensar es siempre dar un paso adelante.

Por el contrario el lenguaje de la poesía es un lento proceso que surge  de la indagación interior. Requiere un tiempo de maduración que finalmente se concreta en el poema.

El contenido de la palabra, la palabra misma, constituye el eje motriz de la relación humana. De otra manera esa relación resultaría muy pobre.

El poeta y escritor José Isaacson expresaba en su libro El poeta en la sociedad de masas, publicado hacia mediados de 1969: “En la sociedad de masas donde nos toca vivir, nada ni nadie tienen interés en que los individuos sean personas. Todo se nos alcanza envasado: el conocimiento, la distracción, la alegría”.

En la tarea de la creación estamos solos. Percibimos solamente algunos gestos más o menos visibles frente a la intensidad del pensamiento.

La palabra del poeta no oculta su verdadera intencionalidad que es ahondar en el espíritu de su época y en el sentimiento individual del hombre que se sumerge en regiones desconocidas del ser, sin saber claramente lo que busca.

Extraña tarea que no tiene fin ni principio, que no encuentra en los parámetros del quehacer cotidiano.

Decía el poeta norteamericano Conrad Aiken “En la poesía el hombre logra materializar el profundo mito de la existencia”. El creador busca respuestas por diversos caminos sobre el misterio de esa existencia. Indaga en la historia, en la religión, en el mito, la magia o el milagro. Pero el único milagro es el estar vivos, en la efímera dimensión de la condición humana. Antes y después está la oscuridad y a ella daremos cuenta algún día, en algún tiempo, en alguna ocasión.

Es entonces cuando nos preguntamos cuál es el secreto de la continuidad de la poesía a pesar de su escasa repercusión en la comunidad.

Quizá sea su consustaciación con la vida misma. Vivir es un acto de creación permanente. Cada día tiene su propia historia y su propia memoria y tenemos que adecuarnos a la estructura caótica de la realidad. Frente a ello y a su soledad, el poeta se refugia en las palabras y se resguarda en las metáforas. Crea imágenes que intentan reflejar la realidad, trata de ver por un ojo que no existe y tiene la intención, si es que tiene alguna, de organizar el caos.

Lo gratuito en el hacer poético es el meollo de su vigencia. El negocio no es su menester. De allí nace la libertad del creador, que todo lo puede a través de la palabra. Crea el tiempo de la luz, el tiempo de la oscuridad y refleja la eterna circunstancia de la aventura de vivir.

La poesía resulta, de algún modo, una forma de conocimiento porque se engendra en el presente subjetivo del poeta, que aborda, además la abstracción de lo desconocido.

En la entraña de la voz de la poesía se potencia la dinámica del acto de la creación. El poema es la creación de ese acto.

El poeta Jean Wahl decía que “poeta es el que crea pero también el que está en proceso de ser creado” y agregaba que “poesía es conocimiento  y es al mismo tiempo el sentimiento de lo desconocido”.

En algún sentido podemos afirmar con el francés Pierre Jean Jouve que “la poesía es algo irreductible, que no puede pertenecer a ningún sistema de ideas, no puede servir a ninguna ética, a ninguna ciencia, a ninguna política”.

Lo  oscuro de la poesía arranca del asombro de experimentar en el espíritu la manera maravillosa y mágica de la vida, en una combinación de palabras que nace y se impone al poema.

Pero qué es en definitiva el poema ¿Sueño, delirio, hipnosis, un estado de relajación de la conciencia?

La respuesta a este interrogante parte de la intensa y vasta libertad del lenguaje, de la tensión que aparece en el silencio de la página en blanco y constituye en parte una interpretación de la realidad, pero más profundamente es una revelación. La revelación de lo que somos. La revelación del contenido  de unas palabras que están sólo en él y que sólo a él se le revelan y que implica la aparición de ciertas imágenes.

Las imágenes poéticas poseen su propia lógica porque la imagen es una verdad, pero una verdad estética que vale sólo dentro de su particular universo. La imagen revive nuestra experiencia de la realidad y trae reminiscencias de las más oscuras y remotas vivencias. Las imágenes nos dicen algo del mundo y reproducen la totalidad de lo real y al mismo tiempo le otorga unidad.

El contraste entre lo estático y lo fluyente, es apenas notable evasión de la monotonía y el tiempo, en la vida misma del poema.

Es así como misterio, magia, maravilla, hechizo, son palabras que en general designan la esencia del hacer poético, es lo que atribuye a la poesía una trascendencia que ahonda poderes extraños.

Los nombres atribuidos antiguamente al poeta mueven también a la reflexión. El aeda, el que conocía los misterios ancestrales; era el sacerdote que interpretaba los designios de la dignidad; era el vate, el vaticinador, y era también el bardo, el trovador, el juglar, que conocía y cantaba la historia y la leyenda de los hombres.

Decía Paul Valery respecto del tema del acto creador: “En el poeta la oreja habla, la boca escucha, la inteligencia lo alerta, el sueño ve claro, la imagen mira, la ausencia crea”.

El lenguaje del poeta despierta las fuerzas oscuras y secretas del idioma, como lo considera Octavio Paz, quien decía “los hombres se reconocen en las obras de arte porque éstas les ofrecen imágenes de su escondida totalidad”.

Para el norteamericano Gregory Corso, la poesía no es nada sin el hombre y que en todo ese tejer del esfuerzo humano, el hombre-poeta está destinado a permanecer en los suburbios de la humanidad.

Ciertamente el poeta trabaja en soledad mientras la vida pasa. Pasa por la melancolía de las calles, pasa por los confines de las ciudades donde se debate la existencia cotidiana, muchas veces dolorosa y donde se acrecienta el desamparo. Allí los hombres transitan la vida con sus sueños a cuestas y con su carga de injusticias.

De toda obra verdadera se desprenden, casi imperceptiblemente, las circunstancias de su época porque no se pueden ignorar las vicisitudes  de una sociedad vulnerable. Pero en realidad el verdadero protagonista de la vida es el tiempo, como lo era para Eliot, entendido como devenir y sucesión de generaciones, y tiempo en relación con una necesidad primordial del hombre: hallar la inmutabilidad a la que debe tender, un punto fijo que justifique su sentido sobre las apariencias de lo efímero.

Se hace necesario afirmar, finalmente, que el poeta es un espíritu libre, que no debe abdicar a su alta investidura de hacedor de palabras y no debe tener amarras para decir lo que siente. Nada le está vedado ni debe admitir la mínima intromisión en sus tareas, ni en el tema, ni en el lenguaje ni en la forma. En última instancia, la libertad es toda su fortuna. Escribir poesía es una actitud interior, una forma de ser en el mundo, quizá una debilidad.

No obstante, a pesar de la marginalidad, a pesar de la oposición y las dificultades, a pesar de la incomprensión y todos los intereses, la poesía seguirá siendo, como lo decía Isaacson, el gran lenguaje, el lenguaje del diálogo, el lenguaje de las esencia, el verdadero lenguaje del hombre.

Ejemplo de ello, y para terminar, leo el siguiente fragmento de Miguel Hernández, poema escrito con motivo de la muerte de su amigo Ramón Sijé:

Yo quiero ser llorando el hortelano
De la tierra que ocupas y estercolas
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvia y caracolas
y órganos, al dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas,
daré tu corazón por alimento.

 

Horacio Preler

Horacio Preler

Texto inédito del poeta Horacio Preler (1929-2015) escrito para el Encuentro Nacional de Escritores realizado en el Pasaje Dardo Rocha de La Plata, Buenos Aires, Argentina, en 2008. Tema de la mesa: “Lo posible y lo imposible en la escritura”. Rescates de la palabra

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