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Jhumpa Lahiri
/ Fragmentos de "En otras palabras"


Desde jovencita pertenezco únicamente a mis palabras. No tengo un país ni una cultura precisos: si no escribiera, si no trabajara las palabras, no me sentiría presente en la Tierra.

¿Qué significa una palabra? ¿Y una vida? Me parece que, al final, son lo mismo. Así como una palabra puede tener muchas dimensiones, muchos matices, una gran complejidad, lo mismo ocurre con una persona o una vida: la lengua es el espejo, la metáfora principal. Porque en el fondo el significado de una palabra, como el de una persona, es algo desmesurado, inefable.
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En Estados Unidos, cuando era joven, sentía que mis padres siempre estaban de duelo por algo; ahora lo entiendo: seguramente era por la lengua. Hace cuarenta años no era fácil para ellos hablar con sus familias por teléfono. Esperaban el correo, se morían de ganas de que llegara de Calcuta una carta escrita en bengalí y luego la leían cien veces, la atesoraban. Aquellas cartas evocaban su lengua y conjuraban una vida desaparecida. Cuando la lengua con que uno se identifica está lejos, se hace todo lo posible para mantenerla viva porque las palabras lo devuelven todo: el lugar, la gente, la vida, las calles, la luz, el cielo, las flores, los sonidos. Cuando uno vive sin su lengua se siente ingrávido y al mismo tiempo sobrecargado; a diferente altitud, respira otro tipo de aire, y siempre es consciente de la diferencia.

En Estados Unidos, después de haber vivido un año en Italia, me siento un poco así. Sin embargo, hay algo que no cuadra: no soy italiana, ni siquiera bilingüe; el italiano sigue siendo una lengua aprendida de adulta, cultivada, empollada.
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La llegada del italiano, la tercera estación de mi itinerario lingüístico, formó un triángulo, una forma en vez de una línea recta. Un triángulo es una estructura compleja, una figura dinámica. El tercer vértice cambió la dinámica de esta vieja pareja conflictiva. Yo soy hija de aquellos dos puntos infelices, pero el tercero no nació de ellos, sino de mi deseo, de mi fatiga: nació de mí.
Creo que estudiar italiano fue una fuga del largo enfrentamiento entre el inglés y el bengalí, un rechazo tanto de la madre como de la madrastra, un camino independiente.
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En italiano he seguido una senda propia. Estaba sola en la biblioteca, es verdad. Mientras escribía no había nadie conmigo, mi único compañero era un volumen de poemas y cartas de Emily Dickinson, la solitaria poetisa norteamericana que pasó toda su vida en Massachusetts, no muy lejos de donde yo misma crecí: un libro bonito, de tapas rojas, traducido al italiano, que por casualidad me llamó la atención entre los demás que poblaban las estanterías de la biblioteca. A menudo, antes de empezar un nuevo párrafo, leía un poema o una de las cartas de Dickinson. Se había convertido en una especie de ritual. Un día encontré estas líneas: «Siento que estoy navegando al borde de un abismo aterrador del que no puedo huir y en el cual temo que mi frágil barca se deslice pronto si no recibo ayuda desde lo alto». Me quedé atónita: escribiendo este libro me he sentido exactamente así.
 

Jhumpa Lahiri

Jhumpa Lahiri

Jhumpa Lahiri, nacida en Reino Unido, de padres bengalíes, pasó su infancia y juventud en Estados Unidos. Es autora de relatos -El intérprete del dolor (1999), que le valió el Premio Pulitzer y vendió 600.000 ejemplares en Estados Unidos, y Tierra desacostumbrada (2008), que fue elegido Mejor Libro del Año 2008 por The New York Times. Escribió novelas y ensayos. En 2012 ingresó en la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, y en 2015 recibió la Medalla Nacional de Humanidades, así como una Beca Guggenheim. Ha traducido las novelas de Domenico Starnone Ataduras y Scherzetto al inglés y en la actualidad reside en Roma. Eligió la lengua italiana para escribir sus últimos libros.
Aquí se reproducen fragmentos de In altre parole, (2015).