Tuerto Rey - Poesía y alrededores

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Gerardo Gambolini
/ Poemas. Breve antología

Walden

 

I. Dejo el bosque definitivamente
para volver a las construcciones humanas.
El silencio también
engendra peste.

II. La realidad se vuelve más sospechable y fragmentaria
cada invierno.
Ordeno palabras, pulcra, pasivamente.
La primera persona del plural
me parece por momentos un abuso.

III. Cada vez más
aspiro únicamente
a las buenas imitaciones.

Los verbos empiezan
a conjugarse en pasado.
 

Los visitantes de la noche


Nunca volví a saber
de Alain Cuny, o del actor que hacía el diablo,
o de la voz de Michele Arnaud.
Hace años,
hubo para ellos una leve inmortalidad.

Dónde está la cámara
que nos filma a nosotros
antes de que entremos para siempre en el silencio
habiendo callado tantas cosas.
 

Tokai


El gran terremoto de Tokai ocurre –decían– cada setenta años.
En 1911 destrozó Tokyo.
Yo estaba en Tokyo en 1981. Recuerdo las advertencias
en el lobby del hotel, en el Times, los baños, las escaleras,
los ascensores vertiginosos.

Por la ventana del cuarto, atemporal e impasible,
la imagen recortada del Palacio Imperial, copiándose a sí mismo.
(Siempre guardé papeles, folletos de tren, tarjetas postales, mapas,
cosas que leer o releer, entregado alguna vez al placer de la nostalgia,
con una ciega confianza en el futuro).

Por lo demás, caminé durante un mes
por calles de símbolos inescrutables
e intercambié reverencias hasta el cansancio,
separado de la realidad.

La insistencia de ese recuerdo –han pasado veinte años–
sólo responde a la simpleza de la metáfora:
un hombre en el mundo, sin entender los signos,
esperando un terremoto.


Libros
 

                                 A mi padre (1917-1977)


Tus libros, finalmente, empiezan a ser míos.
Hojeo al azar
páginas de Sarmiento, tu amado Chesterton,
la prosa de Boissier.
Miro las marcas
en los párrafos que elegías.
¿Por qué no hablamos casi nunca
de estas cosas?
¿Viste en mí
el mismo apuro que observo en ellas
por enfrentar el mundo?
¿Tuviste también la sensación
de una soledad que regresa?

 

Acantilados


                                           Oh Placer, hasta al gusano fue dado el éxtasis —Schiller

 

Sólo los faros en la sombra.
El pavimento mojado como una blusa.
Duermes aún? Duerme la blanca paz de los ciervos,
mi respuesta sería un vidrio.
Duermes aún carroña?
Sigue el concierto.
Se hunde la luna en el mar helado,
muerde los árboles el frío.
Debiera hacerme añicos en brazos de la armonía.
Vaciar el sentimiento
que nos pudre.

 

(De Faro Vacío, 1983)

 

:::

 

La proa se hunde y se alza: esto es
el ciclo más simple del dolor. Voces que faltan,
ojos que faltan en la vida.
Barcos que llegan o parten a destiempo.
Y luego pensar una pasión, fingir una pasión,
desear una pasión.
Soportar la soledad que imaginaron otros hombres.

Qué podría salvarnos del olvido?
Ni fantasías piadosas, plegarias,
pinturas en la piedra
Ni el amado esplendor de las ciudades.
Ante nosotros el mar,
el cuerpo cansado,
las semanas eternas como islas.
Y el aire de los pulmones se mezcla con cada punto oscuro
de la noche. Un haz de huesos
en delicado equilibrio.
 

El vagabundo de Hamburgo

 

I.

Las horas negras había
la nieve en la calle
el cumpleaños de unos espectros

triste había
como un árbol en Palermo o la costanera
mirando el río

las horas negras había
el claro de luna
las sombras de las iglesias

II.

Solo doy vueltas en la ciudad ahora
Si lentamente cayera
la última noche también en este infierno

el de los santos y los cretinos
el de los hombres tristes
y el profundo rostro de algunas mujeres

Otra cara de la muerte era la mía
otra la ropa
otra cara de la muerte era el ruido.

III.

Las horas blancas había
la risa y la música en los escotes hondos
y las monedas

como campanas sin trabajar
como relojes lánguidos
o bancos de bruma

las horas blancas había
el claro de luna
las sombras de las iglesias
 

***
 

Helsingør
 

Las albas son desoladoras.
Afuera en la cubierta que los pájaros rozaban
como balas, o fuegos de artificio,
yo guardaba una lata de cerveza
y miraba de lejos Dinamarca.
Lo real se desvanece, como todo.
Sólo viento cabalgando entre las nubes.
 

***


Atila



El tiempo ha sido bronce, barro, piedra, fuego y azar;
días irrelevantes, campañas de invierno,
sombras y luz.
Parecemos obligados a buscar un absoluto.

El tiempo, que fue victorias efímeras y pérdidas efímeras,
separa dos razas entre hombres:
los que agotaron la vida con astucia, bien o crueldad,
y permanecen un poco en la memoria de otros,
en el juicio innecesario de otros

Y nosotros la Hiedra,
menos que nombres que nunca han existido: Otelo,
Dédalus, Kurtz, Erdosaín...
Creemos —siempre creímos— que distinguir lo malvado
y lo mediocre nos redime. Tal vez.
Sin embargo, nuestro único absoluto es el olvido.
 

(De Atila y otros poemas, 2000)


:::


Luna de cartón



                           Ils ne bougent pas
                           —S. Beckett

                 


Cuando Dylan le dijo a Lennon
que hablara de cosas más profundas
perdió de vista la realidad 

las taquillas convenientes 
los teatros de Sosa o de León Gieco
el público absuelto

En su burbuja soleada
cantando de chicas, de autos y veranos 
Wilson leyó mejor que Dylan
la simple naturaleza —  porque hubo terror 
y tragedia suficientes   

pero no cayó ninguna lluvia — nunca cae
ninguna lluvia


***


Campanas mudas



Finalmente la isla, vacía, difusa bajo la luz: 
calles de arena entre casas incompletas 
jardines suspendidos en la tela del aire 
columnas que no sostienen nada

Esta es la única 
tierra sólida. Aquí, como un río, 
un viento narcótico arrastra las mudas, 
lejanas campanas del continente 

las últimas pieles que ya no redimen 
y que devuelven de uno una imagen insuficiente 
un módico horizonte de sola corrección, conformidad 
metros cuadrados 

Ahora párate en la playa regada de rocas y de huesos
y resiste la nostalgia de la proa
la estela detrás de las velas hinchadas
sabiendo que las sirenas están en el barco.


***
 

Padres
 

Para mí, en aquel entonces,
dos personas bondadosas, unidas apenas
por el recato y la convención, sin gestos visibles 
de algún afecto. 

En la cama del hospital, 
la mujer esperó la llamada del hijo en el exterior
para empezar la agonía – y entonces tendió la mano
que el esposo tomó con un cariño nervioso, desconocido. 

Yo dejé la habitación.
Una mujer terrenamente simple, 
tenaz en su tarea de la casa,
en su puesto calladamente humilde.

Cuando todo terminó,
hallé escondidos, guardados, los cuadernos de poesías 
que copiaba en letra pulcra – cinco, seis cuadernos puntillosos,
juveniles.

Poco después, cuando fue el turno de él,
encontré sus cartas – las de un hombre apasionado
que conservaba recuerdos, esquelas, programas de cine, 
declarándose cautivo de su dama.

Ahora que alcancé la edad de ellos 
veo lo breve de su existencia,
lo extraño de su distancia,
lo mudo de su dolor.


(De Poemas Sueltos, inédito)
 

:::


Elegidos


                               las cloacas del lenguaje

 

Demasiada materia, para ser maniqueos.
Demasiada permanencia.
No son muy gnósticos tampoco.
Un extraño reino de la luz, un vaticano privado
el de su bondad
El ojo entrenado que descifra
(¿un lujo cultural de no neutrales?)
el juicio que salva,
el alma a la altura de los sapos —
Oh hijos bitonales de la culpa,
los vomitados de Zaratustra.
Sí, pensador, abraza los árboles...
No son maniqueos. Son emanaciones.
 

(De Poemas de Popea, inédito)

 

:::


Deriva



Estás en Cadaqués, recién huérfano
entre cuerpos de gin y de cerveza
boreales, enrojecidos
y vas a Châtelet
y ponés la leche y la manteca 
en el alféizar de Stalingrad
y te rendís ante Anouk, cuyo nombre
es imponente 
y cruzás el frío de Hamburgo
y el frío inútil de Oslo

Estás en el Parque Centenario
acumulando libros
golpeando una bolsa delante de un espejo
mudándote a Flores, a Núñez
al frente abismal 
de una familia
el concierto de planes 
y liturgias, el póker de amigos 
las cenas en el tiempo 
acantilado contra las noches

Estás en la aldea de provincia 
comprás una sierra, una tupí
hacés la mesa, la escalera
las ventanas de tu casa y traducís
escritores de una isla
cuando los chicos duermen
juntás las ramas secas
de pino y de acacia para el fuego
para el invierno que corta  
al caer la tarde 

Estás en el Parque de los Patricios
los días se encadenan repetidos
solamente lo efímero 
es variado, les cocinás cuando vienen
limpiás el departamento
buscás compañía en ocasiones 
y en algún momento 
vas a morir
haciendo lo mismo
simulando una dirección.
 

***


I.M.


Me levanto a la cocina. 
Mi padre sentado en el living a oscuras
en mitad de la noche.

Nos vemos en silencio
por el vano de la puerta.
Poco después

guardo su reloj, unas corbatas
reparto las camisas
a mis tíos.

Poco a poco me acerco a su edad.
En treinta años, el silencio no ha cedido.
Delante de mí, el pasado.
 

***
 

Objetivismo II

 

No todos los días, pero un día,
cada tanto,
uno se harta de la distancia,
uno se harta de escribir o de leer
una escena cotidiana o inconclusa,
intrascendente,
y suponer que refleja una epopeya, 
un orden en el cosmos,
la cifra de un enigma o de un dolor 
capaces de alzar 
una ceja de entendidos.

No todos los días, pero un día,
cada tanto,
uno quiere un dios en serio,
una puteada en serio,
una agonía en serio,
decir directamente que el mundo es una mierda
o fascinante, o que la vida es un soplo 
contingente, inescrutable,
biología meramente, o milagrosa,
placentera, emocionante, 
ontológicamente caribeña, 
o que los hijos crecen
y uno se va estancando
o que
los cuerpos se entienden
pero las almas no.

Un día, cada tanto,
uno se increpa frente al espejo
harto de dragar en el silencio.
 

***


Fiorentino & Mangieri


Uno signó durante años la lectura
de un barrio —
un diáfano subsuelo de Alejandría
en un barrio de un tren y de un molino.
Un puerto de barcos 
sin zarpar aún, o de barcos ya amarrados 
a vientos desvanecidos.

El otro hizo libros 
bitácoras de polvo —
los libros más difusos y delgados 
de una casa. 
Oh, tu cara en el féretro.
Que empiece tu viaje
a una costa mejor que ésta.

No sé si conocieron.
Se habrían entendido. Ahora, 
como citabas, la muerte es nuestra.
Privado de abarcar 
nuestro sentido, reúno 
fragmentos, señalo solamente
estas relaciones.
 

***


Conjuro



Dado el horizonte de la ciencia
me inclino a la magia —
he puesto tu libro junto al mío

ahora, que las almas y las palabras
se entrelacen 
que un poder impreciso

interceda en este nimio 
asunto humano y lo eleve 
como un vapor secreto, privado

hasta la roca aislada
donde sólo anidan cosas
permanentes.
 

***


Diciembre, 24

 

Hoy cené como si nadie
hubiera nacido jamás en palestina 
como si todas las catedrales 
los oratorios, las miserias y los 
reinos de occidente
me fueran ajenos, y veinte siglos 
de testamento y fuerza
no pudieran contra una sola persona 
a mi pesar
un plato de carne, ninguna garrapiñada 

Entre cohetes lejanos
la comida fue sombría, desolada
quizás una parábola de algo por venir
con más brutalidad
y contundencia —
la hora en que las amarras
se sueltan del todo, para siempre
y uno se aleja del único puerto
vacío, solo
definitivamente.
 

***


Diálogo


                                                           a John McGahern



Apenas cinco minutos en el traje común
de la carne, dos autos que se cruzan
en un puente, y años ahora,
entre dos campos inconciliables.

Te leí durante meses,
preguntándote en potencia 
por el valor de una calle en tu parroquia,
por el matiz de un bar o de una lluvia,

por la palabra española que habrías elegido,
me convertí en una piel intrusa de tu patria
llena de verjas, de maestros, de abedules,
de crucifijos plantados en lo negro 

del corazón, en la huraña luz 
de la piedad. He vuelto a mi idioma 
como al cabo de un retiro, finalmente,
a la rara penitencia del silencio propio

 

***

Latitudes

 

Separados por el mar, la voluntad, 
el orden maquinal 
de lo fortuito, 
cambiamos un correo cada tanto,
un informe lacónico, sumario —
astillas agregadas débilmente
a un fuego mortecino.

Una difusa, minúscula hermandad 
de semillas que envejecen
dispersas por el mundo,
prosperando cada una a su manera
tratando cada una 
de asomar la cabeza tercamente
a alguna luz.

 

***


Una sombra, una ficción

 

Pienso en una balsa,
una tierra avistada, hipnótica y temible.
Una balsa
llevada por el solo destino de una lengua y un rebaño 
hacia una irrealidad más acabada o el impávido proceso 
del carbono.
Quedarán palabras 
persiguiendo visiones montadas en gacelas.
Brasas de uno 
atenuándose al fugaz amparo de los otros.
 

***


Traducciones
 

Veranos e inviernos de indagar otra lengua 
fatalmente entrevista, suponiendo, 
sospechando siempre otra sustancia, 
otra tensión, señales en clave
detrás de un velo —

cómo se entenderá en otra parte 
hablar de Ferro y Martín de Gaínza,
qué olores podrán imaginarse, qué
frío o qué lunas podrán imaginarse
de los sábados de speedway y de midget
en 1965, qué emoción podrían sentir
ante el nombre de Milosi, de Invernizzi —

otra lengua, que empieza de inmediato
fuera de mí —
parado en el transcurso, 
registrando las cosas en espasmos, 
tratando de completar los huecos, los dédalos 
callados, las anchas sombras 
por entender.
 


***


Las horas del alba

 

Construye una imagen de sí
que atrae los mejores adjetivos: noble,
ecuánime, altruista,
los mejores sustantivos: talento, constancia, 
franqueza, pasión

construye una imagen de sí
como las cumbres de la pena ganada en buena ley,
la sima de los fuegos arrancados,
como los últimos días de la urgencia, 
las pruebas del azar —

pero siempre está la llegada de la noche, 
el cuerpo en la cama
sin testigos.
 

***


A una ciudad determinada

 

Recuerdo un río de gaviotas suspendidas,
una cúpula verde cortada contra el cielo.
Recuerdo una foca, una torre en una playa,
una estatua mirando las barcazas, 
el modo en que la mente 
ordena otras calles, sábanas distintas.
Recuerdo bares, 
diálogos fugaces sobre la vista del mundo, 
versiones de la tarde y de luna, esbozos de amistad, 
silencios extranjeros.
Recuerdo una ciudad que no ha ocurrido,
caras que tampoco ocurren más.

Gerardo Gambolini

Gerardo Gambolini

Gerardo Gambolini nació en 1955, en Buenos Aires, Argentina. Es traductor y poeta. Seleccionó, tradujo y prologó, junto a J. Fondebrider, la Antología de Poesía Irlandesa Contemporánea (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1999). Es traductor del ensayo La invención de Irlanda, de Declan Kiberd (Adriana Hidalgo, Buenos Aires) y de los Cuentos completos, de John Mcgahern (Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2009). Ha participado en diversos congresos sobre traducción, como expositor. Ha publicado los libros de poesía Faro vacío (Buenos Aires, edición de autor, 1983), Atila y otros poemas (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 2000) y Arañas (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 2007). Sus poemas también fueron publicados en diversos medios de la Argentina y del exterior, entre otros, los periódicos Clarín, Convicción y las revistas Diario de Poesía, Mascaró, La Danza del Ratón, Luvina (México), Periódico de Poesía (México), Action Poetique (Francia) y Poetry Ireland Review (Irlanda).

Aquí se ha reunido una breve antología con poemas de sus libros Faro Vacío y Atila y otros poemas y con poemas inéditos. Se agradece al autor el material y la posibilidad de contar con su publicación. Febrero, 2017.