en el archipiélago /
textos de aquí
Matilde Alba Swann
/ Homenaje
Testimonio
Vamos a morir de muerte natural;
de esta muerte
de estar amando al hombre,
y vamos a morir sobre su llanto.
Sobre esta roca sola, pura roca,
bajo esta noche de mirar los sitios,
donde quedan sin hambre,
los sin trigo,
definitivamente ya saciados.
Puestos todos en fila, con los ojos,
puro miedo y pregunta, detenidos
en el tiempo, buscando ver.
Oh, estrecho
mundo grande y hermético,
cerrado, sin ventanas, miseria
color cuervo.
Sobre los huesos chiquitos
blancos,
del niño que soñó un día trigales,
los intuyó
del lado de abundancia,
no del suyo,
del otro, donde nacen, viven
crecen, celebran
y disfrutan.
Mundo miseria grande, sin salida,
sin manera de huir,
sin otra forma,
de escapar de pobreza que muriéndose.
Sobre esos huesos, chiquititos,
blancos, nos vamos a quedar,
y avergonzados.
Verano
Hay arena y hay mar, y un horizonte
que podría tocarse
con las manos.
Un instante canícula, vacío,
pescadores tan solo
que adivino
más allá de envoltura,
sal y espuma.
Sin embargo, me circundan
palabras y señales.
Voy en busca de mí; partí hace tiempo,
soy apenas,
la pisada brumosa en la memoria
de un distante hacedor
alto, trazando
nuevos seres, y nuevas borraduras.
El sol viene a quererme;
siento, dentro,
ronronear mi pureza primitiva.
Cae el párpado denso...
Las palmeras
reiniciaron su juego para estar durmiendo.
Descifrarme
Me sacudo de horas y lugares; aquietada
me hundo, llego al fondo,
bosques líquidos, peces asustados.
Quiero saber qué traigo escrito adentro,
la palabra en la sangre, la condena
taladrada en el hueso,
la implacable
mordedura prendida en la neurona.
Esa caverna que todavía habito
y esos hombres
cubiertos de pelambre.
Laberintos, uno dentro del otro,
sin embargo,
en la memoria del latido, algo
salva malezas, libra de la asfixia,
ilumina derrotas y naufragios,
triunfa de todos los goliats
y emerge
desde el candor dormido y balbucea.
Alguien de mí, yo misma, desde el hondo
misterioso subsuelo de mi carne,
me ilumina y me hiere de señales.
Siento un bosque de copas derrumbadas,
una canción distante que evapora,
y un osario de nidos sin amparo,
Una manzana muerta a picotazos,
el redondel quemado a cigarrillo,
un sol sin rostro, solamente rayos,
y niñitos tomados de la mano,
con sus piernas torcidas, con su ombligo
sosteniendo una comba triste en hambre.
Miro en torno, de nuevo estoy ausente,
de nuevo tengo miedo de asustarme,
escribo un corazón en todas partes,
bajo lluvia de azahares, bebo cielo.
Me crecen hijos de todas mis aristas,
en ellos crezco, mientras van sembrando.
Sola en el tiempo, el bosque es tan espeso,
van cayendo mis hojas una a una,
tantas lobos detrás de los crujidos,
mi corteza sangrada en arañazos.
Un cazador acecha... está nevando.
Mi dedo tenso en el gatillo grita
por la boca de un fusil de espanto.
Quiero dormirme, mas llevar conmigo,
lo que tuve y no tengo.
Ser el amor de quienes me quisieron.
Borroneada, tachada, magullada,
toda estallada y muda
me refugio,
sumergida en mí misma, toco fondo,
y una página blanca me descifra.
Papá... mamá...
yo amo a mi mamá... mamá me ama.
Esta lluvia, el perdón y mis rosales
Y la lluvia sonríe, canta dentro
del cristal que me habita
y repercute
sobre un suelo ya antiguo
en otras lluvias, y otras tardes miradas
desde lejos.
Mi ventana de ver el mundo, abierta,
y mi puerta a algún náufrago,
descubro
que no hay puertas,
que nunca hubo ninguna
para abrir, ni cerrar; que estuve afuera.
Y esta lluvia...
La tarde me habla quedo
como un hombre, cansado ya de días,
que repite y repite la aventura
no vivida,
y es su única aventura.
Que no sea la noche aún, imploro;
que esta penumbra se prolongue
y siga.
Que no llegue la sombra, que no arribe
la hora parda,
y el agua me columpia; recién nazco,
es temprano, necesito
de la gracia de un pétalo de tiempo,
del milagro de dar
mi voz exacta.
Un rocío ya apenas, esta lluvia
se ha quedado fulgiendo
en las corolas
amarillas y rojas de mi patio.
En cada gota –yo te absuelvo– escucho,
de la espina y la herida
que causaste.
Esta lluvia, el perdón, y mis rosales.
Emplumada de gris, vuela la tarde.
Refugio
Entonces,
ciega y sorda, me abrazo a la poesía.
La aprieto contra el pecho,
la muerdo, la trituro,
me prendo a sus dos manos,
hundo en ella mi grito,
me aniño en su regazo,
sollozo en sus rodillas,
y encuentro que me acoge
piadosa a su ternura,
se adhiere a mi tristeza,
me entrega
gota a gota, su sangre, me amamanta,
me acuna, me adormece,
y en sueños,
poesía madre, le elevo mi plegaria.
«Sé lecho a mi cansancio,
sé sombra en este páramo amargo
en que transito
volcando ya mis pasos.
Sé el camino que busco, transvásame
tu esencia, conviérteme a tu imagen,
haz de mí, la elevada
poesía de poesía».
Y caigo ya sin fuerzas
de nuevo entre los hombres
que aplastan mis cenizas,
en tanto me perdonan
la culpa
de ser mártir.
Salvaje
Salvaje como el viento, y arisca,
y triste a veces
como un rezo a la muerte,
y otras veces dichosa, y transparente,
y otras veces turbia
como esos charcos donde nadie bebe.
Naranja salvaje, verde agria,
y otras veces dulce,
roja por dentro
como tal vez fueran algunas
de las que rezuman en el monte
y nadie prueba.
Salvaje,
como mi cabello de batalla de insomnio,
como mis uñas mordidas como mis cejas rebeldes,
y otra vez tierna
con la voz ausente.
Salvaje,
como la garra en la que estrujaría mi corazón
cuando se encierra en víscera.
como la despavorida coraza de la selva.
Como el tigre en disentida mancha
tras la presa.
Como el asombro de Adán
ante el rostro espiral de la tormenta.
Como mi deseo si alguna vez se despertara
y no hallara la multitud en torno.
Como el gozo que entrecierra mis ojos
y abre las puertas de mi grito de par en par.
Como el dolor que me atraviesa
con sus crines mordidas por el fuego.
Con el infinito miedo de mis noches
poblándose de monstruos.
Como mi impulso frenético de golpear o o besar,
y a veces recogida como un murmullo al sol,
y a veces abandonada
y a veces abandonada y quieta
como la certeza del amor,
y silenciosa,
como la alcoba de mis horas
entreabriendo furtiva a la sorpresa.
Salvaje como mi audacia,
y otras veces miedosa y tímida y cubierta,
y otras veces
con la impudicia latiendo a flor de ropa.
Salvaje
deshaciéndome de mí misma,
y aullando y resonándome despedazada y estremecida
y tensa entre el lino dormido de las sábanas.
Fruta roída,
y otras veces intacta,
semilla, pulpa, zumo, toda guardándome
para la augusta nada.
Naranja salvaje, verde, agria,
con dolor de colores en la cáscara,
y algunas veces dulce,
increíble
y algunas veces,
cuando nadie me prueba,
miel y lágrima.
Matilde Alba Swann
Matilde Kirilovsky de Creimer nació en 1912 en Berisso, AR. Se le conoce como poeta bajo el seudónimo de Matilde Alba Swann. Hace algún tiempo, en un homenaje realizado en la Biblioteca López Merino de la ciudad de La Plata, la escritora Marta Miranda se refirió breve y cálidamente a su vida y obra: “El 13 de septiembre de 2000, a pocos días de comenzar una nueva primavera, se despedía la poeta platense Matilde Alba Swann. Esta mujer, abogada y poeta, dejaba desde su profesión una vida dedicada a la lucha por los más necesitados, excluidos y desamparados; como poeta, nos legaba textos de un profundo humanismo y universalidad. Son testimonio de ello sus poemarios Canción y grito (1955); Salmo al retorno (1956); Madera para mi mañana (1957); Tránsito del infinito adentro (1959); Coral y remolino (1960), Grillo y cuna (1971); Con un hijo bajo el brazo (1978); Crónica de mi misma (1980). Su poesía estuvo desde un principio comprometida con el ser humano. Este interés por el otro, por las cosas del otro y su circunstancia, no tuvo por escenario sólo a la ciudad de La Plata y a nuestro país, sino que tomó carácter universal. Matilde Alba Swann, al decir de quienes la conocieron, fue una mujer inteligente, lúcida y apasionada, con una clara consciencia de las circunstancias de su época. La falta de justicia, el exceso de hambre, el oficio de matar o morir que supone la guerra, fueron los temas que más preocuparon a la poeta. Su inquietud hizo que su poesía no se limitara sólo al espacio intimista y que se desplegara más allá de su casa, de su familia y su ciudad, esperanzada, abarcando un universo mayor, deseándolo sin injusticias, sin distinciones”.