Tuerto Rey - Poesía y alrededores

en el archipiélago /
textos de aquí

Pablo Ohde
/ Por María Laura Fernández Berro

Dos poemas extraídos de Atlante, colección poesía, tercera edición, 1997. Pablo Ohde editor

 

Los marineros creen que más allá los cachalotes
y las grandes olas son devoradas por el sol
que es una fogata que atrae nuestras miradas
más allá
más allá de la tierra
en donde habitan
los escorpiones
las mujeres con piel de culebra

el gigante que en su espalda sostiene
la firme bóveda del cielo
y la profana sabiduría de los hombres.


...

 

¿Por qué todo el sol amaneciendo en tu espalda?
¿cuánto tiempo tu cuerpo impidiendo el horizonte?
¿cuántas veces el silencio?
¿por qué el paisaje detenido?
¿dónde tanta ceniza y luz y cielo escondiendo la mañana a las estrellas?

¿dónde los cachalotes con grandes brazadas de mástiles sumergidos
cubriendo la noche?

¿sólo esto por las ventanas?

 

 

 

 



 



 

Pablo Ohde

Pablo Ohde

 

"Pablo Ohde recitaba de memoria largos poemas de Enrique Molina, de Leopoldo Marechal, de Tuñón, de Jorge Teillier, de García Lorca... O de Saint John Perse, su poeta preferido. O nos leía en voz alta, con perfecta pronunciación, pasajes del Martín Fierro en su versión catalana, ya que cursó su escuela en Barcelona, mientras su familia estuvo exiliada. Siempre le gustaba decir que allí había ido a una "escuela anarquista". Fue fundador de la revista de poesía Hojas Selectas y del grupo Turkestán, que en la segunda mitad de los años noventa empapelaba con poemas la ciudad de La Plata. Publicó tres libros de poemas: Atlante, Panteo y La Eva de las Tres Muertes; y un libro de narrativa: Los cuentos del señor Cornelly, de un humor apenas un poco menos ácido del que hacía gala en las conversaciones entre amigos. En los últimos tiempos se había consagrado a publicar poetas y narradores cuya lectura disfrutaba en su editorial: Turkestán. Libros de Claudio Itza, Hugo Toscadaray, Jorge Boccanera y Lautaro Ortiz. Quería republicar Altazor, de Vicente Huidobro, ya que le parecía una injusticia que en ninguna librería pudiera conseguirse. El gusto que sí se pudo dar fue el de publicar la obra poética completa de otro de sus favoritos: Edgar Bayley. Además, había pintado su casa del barrio aeropuerto, había puesto cortinas nuevas, había armado un pequeño cine para recibir a los amigos y había puesto a nuevo el cuarto para su hija Clara. A todas partes llevaba una botella de Cunnington, algo que fumar, su memoria prodigiosa, sus ocurrencias, su risa.

Tenía 40 años y muchas ganas de vivir. Murió este sábado, una tristeza infinita".

María Laura Fernández Berro

 

 

La Plata, 1 de noviembre de 2012.