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Ingeborg Bachmann
/ Por Cecilia Dreymüller


Vida y escritura de Ingeborg Bachmann/ Cecilia Dreymüller

 

"El amor tiene un triunfo y la muerte tiene otro,
el tiempo y el tiempo después.
Nosotros no tenemos ninguno.
Alrededor nuestro sólo hundirse de estrellas. Destellos y silencio.
Mas la canción por encima del polvo después
nos superará."

Invocación a la Osa Mayor


Antes de hablar sobre la escritura de Ingeborg Bachmann en relación con su vida hay que aclarar una cosa: no es mi intención añadir otro capítulo al largo culebrón de especulaciones sobre las relaciones amorosas y la trágica muerte de Ingeborg Bachmann, derivadas de interpretaciones unilaterales de su obra. El espíritu romántico de muchos/as lectores/as hace que la obra de una escritora de éxito que presenta a todas sus protagonistas femeninas a primera vista en el papel de víctima de la incomprensión y crueldad de los hombres sea particularmente achacosa de interpretaciones autobiográficas, en especial cuando la autora luego, tras varios sonados fracasos sentimentales ventilados por la prensa, muere de forma violenta en circunstancias no del todo aclaradas. Mi intención sólo es trazar la línea de desarrollo de su obra literaria, siguiendo cronológicamente el itinerario vital.

Hace veinticinco años murió Ingeborg Bachmann (1926-1973) a consecuencia de un accidente doméstico: un incendio. Con ella desapareció una de las figuras más destacadas de la literatura en lengua alemana. Y no digo de la literatura alemana, porque Ingeborg Bachmann era austríaca, igual que Ilse Aichinger, o el cinco años más joven Thomas Bernhard, y, a pesar de vivir varios años en Alemania, ni se sintió particularmente vinculada a la tradición literaria alemana, ni mucho menos se identificó con el país donde publicaba sus libros. Se identificó, en cambio, con la cultura de "la casa Austria", el estado pluri-nacional de antes de de la Segunda Guerra Mundial, que era para ella una patria utópica, en vez de con la Austria contemporánea suya, con la que le unía una relación de amor-odio.

"No existe ningún país Austria, nunca ha existido. Y lo que hoy llamamos así, lleva su nombre, porque se determinó en unos tratados cualquiera. Pero el nombre real siempre fue "Casa Austria". Yo vengo de este mundo, a pesar de haber nacido cuando Austria ya no existía. Sin embargo, siguen válidas para mí unas conexiones subterráneas, y la formación intelectual me la dio este país que no es uno."

Estas conexiones se manifestaron acaso en un modo de ser -la famosa "discreción" austríaca- o de ver el mundo y se mantuvo fiel a ellas a través de su obra que presenta varios personajes "austríacos", como por ejemplo la figura del teniente Trotta en su novela corta Tres senderos hacia el lago, que retoma de la novela de Joseph Roth Die Kapuzinergruft. (No hay tiempo para el amor, fue el ridículo título de la versión española).

La infancia y la juventud de Ingeborg Bachmann transcurrieron en Klagenfurt, la capital de Carintia, una región apartada en el sud-este de Austria, no muy lejos de la frontera con Italia y Eslovenia. El padre, hijo de campesinos, era profesor de italiano, la madre venía de una familia de pequeños fabricantes. Hasta los trece años la gran pasión de la mayor de los tres hijos de Mathias y Olga Bachmann era la música. Tocaba el piano y componía, y, como no encontraba la letra adecuada para sus composiciones, la redactaba ella misma. Así fue como empezó a escribir poemas. "Escribí todo lo que uno se puede imaginar. En cantidad fue, creo, mucho más de lo que he producido más tarde, de adulta." Situada en las orillas del lago de Wörth, Klagenfurt, hoy la segunda ciudad más importante del país, era en los años veinte un sitio pequeño y conservador, cuyo ambiente deprimente retrató en el relato Años de juventud en una ciudad de Austria:

A su luz se reconoce ahora también la ciudad con sus casas pálidas y convalecientes bajo sus tejados, y el canal que, de vez en cuando trae del mar una barca que luego atraca en su corazón. (...) A esta ciudad, raras veces vino a instalarse nadie desde otra ciudad, porque sus atractivos eran escasos. La gente venía de los pueblos, ya que las alquerías resultaban pequeñas, y buscaba un refugio en las afueras del casco urbano, donde resultara más barato.

Aunque lo que realmente ensombreció la juventud fue la depresión económica, amén del paulatino crecimiento del fascismo austríaco y finalmente la llegada del nazismo, vivido por los niños del relato como una amenaza generalizada:

Delante de los niños sólo se habla con alusiones. Ellos no pueden comprender que el país está a punto de venderse y con él el cielo, del que todos tiran hasta que se rompa y se produzca un agujero negro. (...) Por las calles desfilan columnas de infantería. Las banderas ondean sobre las cabezas "hasta que todo caiga hecho añicos".

Estas vivencias clave desembocaron en los primeros poemas epigonales, en un drama versificado, Carmen Ruidera de 1942/3, y en un largo relato que tematizaba la resistencia contra la dominación extranjera, Das Honditschkreuz (El crucifijo de Honditsch) de 1944, aunque estarán presentes a partir de entonces en toda la obra en forma de una sensación de precariedad de la existencia, de un "vivir amenazado". En medio del caos de los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial terminó Ingeborg Bachmann el bachillerato, y abandonó poco después su ciudad natal para estudiar primero en Insbruck, después en Graz, y, a partir de 1946, en Viena. Sus estudios de Derecho, Psicología, Germánicas y Filosofía Pura finalizaron con una tesis doctoral crítica sobre la filosofía existencial de Martin Heidegger. Asimismo contribuyeron en gran medida al desarrollo de su poética, influenciada principalmente por la filosofía neo-positivista vienesa, a cuyo máximo exponente, Ludwig Wittgenstein, le dedicaría más tarde un ensayo. La teoría de lenguaje de Wittgenstein ("Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo") le sirvió de punto de partida -bien entendido- no de modelo, para la reflexión poetológica, y sus propias conclusiones están resumidas en estas palabras del discurso La verdad se le puede exigir al hombre:

Yo también sé que hemos de permanecer dentro del orden, que uno no puede darse de baja de la sociedad, y nos hemos de poner a prueba el uno al otro. Dentro de los límites, sin embargo, nuestra mirada está puesta en la perfección, en lo imposible, inalcanzable, sea esto del amor, de la libertad o de cualquier otra constante pura. Es a través del antagonismo de lo imposible con lo posible que ampliamos nuestras posibilidades.

No menos importante que el aprendizaje intelectual, fue, en su paso de la provincia a la gran ciudad, el contacto con el mundo literario vienés que aglutinaba durante un tiempo a los espíritus inquietos de la desaparecida monarquía austro-húngara. Hizo amistad con otros escritores, en particular con Ilse Aichinger, y publicó primeros poemas (tras haber publicado en 1946 su primer relato Die Fähre [El transbordador]). En 1947 conoció a Paul Celan, que había llegado de su Bukovina natal a través de Bucarest. La intensa relación que se inició entre ellos durante los pocos meses que Celan pasó en Viena, antes de instalarse en París, marcó a Ingeborg Bachmann profundamente. Los impulsos recibidos desembocaron en un "diálogo literario-amoroso", que se continuó en las respectivas obras hasta la muerte de ambos poetas. Sobre todo el primer poemario, El tiempo postergado (1953), está lleno de referencias intertextuales a la poesía de Paul Celan, como se ve en Decir lo oscuro, que retoma el verso "Nos decimos palabras oscuras" de Corona (Amapola y memoria, 1952). Más allá de estas correspondencias meramente textuales, el poema se puede leer como una respuesta esperanzadora al pesimismo existencial de Celan:

Pero como Orfeo sé
del lado de la muerte la vida,
y se me llena de azul
tu ojo para siempre cerrado.

Pero también en Amplio paisaje junto a Viena, Temprano mediodía, y en los poemas inspirados en las repetidas visitas al poeta entre 1948 y 1950, Hotel del la paix (1957) y París, se encuentran las huellas de este diálogo, que se continuó, tras el suicidio de Celan en 1970, hasta la novela Malina y Tres senderos hacia el lago, dos homenajes al amigo desaparecido.

Entretanto, para ganarse la vida, la flamante doctora de filosofía trabajó de secretaria en la oficina estadounidense de las tropas de ocupación, y más adelante en una emisora de radio, donde traducía literatura anglosajona y adaptaba novelas al teatro radiofónico. Esta última ocupación le debió familiarizar con este género tan importante en la posguerra, porque en 1952 se estrenó su primera pieza de teatro radiofónico, Un negocio con sueños. De su prolífica producción literaria da cuenta además una novela, Stadt ohne Namen (Ciudad sin nombre) que, sin embargo, nunca llegó a publicarse porque se extravió tras ser rechazada en varias editoriales.

Este mismo año Ingeborg Bachmann leyó por primera vez en un encuentro del Grupo 47, el más influyente foro literario de la posguerra. Impresionó a los presentes con sus poemas (y aparentemente también con su forma de leer) que le valieron el prestigioso premio del grupo al año siguiente. Aquel 1953 era el año de su definitiva consagración como poeta. Publicó El tiempo postergado, por cierto, sin mucha repercusión crítica porque la editorial quebró a pocos días de salir el libro y entregó sólo unos cuantos ejemplares. No extraña, de todas formas, que impactara tanto al grupo en torno a Hans-Werner Richter porque no sólo hablaba un lenguaje nuevo, de ‘alta tensión’ entre pathos lírico y visión desilusionada del mundo, vestida de una gran densidad de imágenes, sino también porque tocaba el nervio de la época con su lamento ante un mundo en ruinas y su advertencia contra la restauración del nacionalismo militante. Ya el título, Die gestundete Zeit, - al recoger el tópico bíblico de lo transitorio de la existencia humana, cuando se refiere a un tiempo sólo concedido a plazos- enlazaba con lo que preocupaba a la gente en la inmediata posguerra, y expresaba una fundamental desconfianza en las antiguas referencias materiales o emocionales.

Llegarán días más duros.
El tiempo concedido a plazos hasta nuevo aviso
asoma por el horizonte.
Pronto tendrás que atarte los zapatos
y hacer volver a los perros a las granjas de las marismas.
Pues las vísceras de los peces
se han enfriado al viento.
Pobre arde la luz de los altramuces.
Tu mirada rastrea en la niebla:
el tiempo concedido a plazos hasta nuevo aviso
asoma por el horizonte.

A raíz del premio del Grupo 47, el semanario Der Spiegel le dedicó a la "gran promesa de la poesía alemana" el reportaje titular, y la lanzó así a la fama en los países del habla alemana. Esta fama desmesurada, manipulada en cierta medida por los medios de comunicación, fue por un lado una gran oportunidad para la joven escritora porque le proporcionó contactos con otros intelectuales, amén de una modesta independencia económica, pero, por otro lado, contribuyó a la distorsión de vista que sufrieron críticos y público con respecto a su obra y su persona, demasiadas veces confundidos. "La Bachmann" fue la primera ‘estrella’ del mundo literario alemán-austríaco. Mientras por un lado las noticias sobre su agitada vida personal -sus múltiples viajes, su trato con la ‘alta sociedad’ y la intelectualidad europea, satisfacieron la necesidad de ‘glamour’ en la Austria y la Alemania de los años del ‘milagro económico’-, taparon por otro lado la envergadura del mensaje político-social de su obra.

Ingeborg Bachmann tuvo en aquel momento álgido de su carrera literaria 27 años, y, para escapar de la estrechez de Viena, aceptó la invitación del compositor Hans-Werner Henze a instalarse en su casa de Ischia para trabajar juntos en un libreto de ópera. La colaboración entre ambos artistas se extendió pronto a otros proyectos. Aparte de los dos libretos, Bachmann elaboró el texto para una pantomima de ballet, basada en El Idiota de Dostoyevski, que se incluyó luego en la segunda edición de El tiempo postergado (1957). Henze, a su vez, escribió una partitura para Las cigarras (1955), otra pieza de teatro radiofónico, y puso música a los poemas En la tormenta de rosas y Salvoconducto. La relación artística-amistosa fue fructífera y duradera, aunque la convivencia terminara a los pocos meses, cuando la escritora se instaló por su cuenta primero en Nápoles y después en Roma, donde trabajaría de corresponsal para periódicos alemanes.

El cambio de lugar de Austria a Italia se hizo muy patente en el segundo poemario, Anrufung des Großen Bären (Invocación a la Osa Mayor, 1957), con la radiante presencia de los paisajes mediterráneos. Mar, vid y olivo, saludados como remedios de revitalización, sin embargo, no dan una imagen idealizada, romántica de Italia. Esta se basa más bien de los contrastes entre pasado histórico y actualidad caótica, entre esplendor natural y miseria social, ejemplificados en El primogénito país, En Apulia o en los poemas sobre Roma. Italia fue el "país de mi alma" de Ingeborg Bachmann, no sólo porque se encontraba mejor en un clima meteorológica y humanamente más cálido, sino porque se identificaba con su gente:

En Italia, podría decir, me he vuelto más alegre, aquí aprendí a hacer uso de mis ojos, a mirar. En Italia me gusta comer, cruzar una calle, mirar a la gente. (...) pero más importante que sentirse a gusto será siempre participar en el sentir y pensar sobre lo que se mueve aquí, en la política, en la literatura, en el cine.

Si bien este libro ya no tiene el pathos acusador de El tiempo postergado, continúa la denuncia de un mundo devastado, sin amor, donde poderes arbitrarios y amenazantes -la figura de la Osa Mayor- utilizan al individuo de balón de juguete. Al mismo tiempo se incita a la resistencia y a la confianza en las fuerzas salvadoras del amor y de la escritura. La personificación de esta fuerza es la lechuza del poema Mi pájaro:

Pase que pase: el mundo devastado
vuelve a hundirse en el crepúsculo,
los bosques le tienen preparado una copa de noche,
y desde la torre, abandonada por el vigía,
miran quietos y fijos los ojos de la lechuza.
(...)
¡Mi compañero de hombro gris como el hielo, mi arma,
guarnecido con aquella pluma, con mi único arma!
Mi único adorno: velo y pluma de ti.

La estancia de Ingeborg Bachmann en su "primigenio país" fue interrumpida en 1955 por un viaje a EE.UU., donde participó en un curso internacional de verano, dirigido por Henry Kissinger. De su experiencia norteamericana nacieron varios poemas y otra pieza dramática, El Buen Dios de Manhattan (1958), que recibió el premio más importante para esté género. Esta su más famosa obra de teatro radiofónico trata del encuentro casual de dos jóvenes en Nueva York, Jan y Jennifer, que se enamoran perdidamente y deciden vivir exclusivamente para su amor. En el juicio, que sirve de telón de fondo para la trama, el Buen Dios justifica su atentado mortal contra Jennifer como acto disciplinario contra los que quieren "salir del orden". El amor absoluto que boicotea la "normalidad" se presenta como utopía para contrarrestar la absorción de los hombres por un mundo materialista y funcionalista, encarnado en la figura patriarcal del Buen Dios, que al final sale impune del juicio.

Al premio por El Buen Dios de Manhattan sucedió el premio literario de Bremen por los poemas de Invocación a la Osa Mayor. Tras la publicación de su segundo poemario Ingeborg Bachmann se alejó paulatinamente de la poesía y se centró más en la prosa que paralelamente había continuado escribiendo. Pronto tuvo que enterarse del rechazo de su narrativa por parte de la crítica, que en su mayoría no estaba dispuesta de ver más allá del encasillamiento de poeta lírica. La insistencia en esta faceta de su obra literaria le molestaba y le dolía a la escritora, que se negaba a ser encasillada en un sólo género.

Todos [los géneros] para mí son como uno, ataques y expediciones en la misma dirección, desde distintos ángulos, con medios distintos. Para mí sólo es necesario, que en un momento para mí adecuado, interrumpo la escritura y la retomo en otro sitio. Dejé de escribir poesía cuando sospeché que ahora ‘sabía’ escribirla, aunque faltase la necesidad. Y no habrá más poemas, antes de convencerme yo de que tienen que ser poemas, y solamente poemas, tan nuevos, que correspondan realmente a todo lo experimentado desde entonces.

A partir de 1959 empezaron a publicarse en revistas los relatos que formarían el libro A los treinta años, publicados en España poco después de la edición alemana de 1961. Como fueron concebidos en inmediata proximidad a las clases de poética leídas en la Universidad de Frankfurt, en invierno de 1959/60, contienen mucho de lo que Ingeborg Bachmann expuso sobre literatura ante los estudiantes. De hecho son una transposición de su poética a un nivel más palpable, donde situaciones y personajes ficticios forman un ciclo cerrado para ejemplificar ideas, como los límites de la metafísica, la aniquilación del individuo en el contexto social, o la función del lenguaje en la sociedad, todos ellos tratados ya en el relato titular. Su protagonista, que experimenta a los treinta años un gran crisis, al darse cuenta que su vida está definitivamente condicionada, reflexiona sobre su pasado, sobre el rumbo a tomar y sobre su identidad.

¿Quién seré yo, cuando llegue septiembre dorado, cuando dejo atrás todo lo que han hecho de mí? (...) Pienso política y socialmente y en otro par de categorías más y, de vez en cuando, sólo e inútilmente, pero siempre pienso dentro de un juego de normas prefijadas y quizás alguna vez también en cambiar estas normas. Pero no el juego. Eso nunca.

Yo, este manojo de reflejos y de voluntad bien educada, yo alimentado de los despojos de la historia, despojos de ímpetu e instinto, yo con un pie en la selva y otro en la calla principal que conduce a la eterna civilización. Yo impenetrable, mezcla de todos los materiales, bien tejido, indisoluble y, sin embargo, susceptible de ser disuelto por un golpe en la cabeza. Yo compuesto de silencios, obligado al silencio...

Aunque el libro recibió el Premio de la Crítica alemana, no fue tan unánimemente aclamado como la poesía. En pleno desconocimiento de la carga filosófica de su prosa, algunos de los críticos más renombrados de la época, Marcel Reich-Ranicki entre otros, despotricaron contra la presunta pérdida de nivel de la autora y tacharon de sentimentales a unos relatos, que enfocaron la relación entre hombre y mujer -en claro adelanto a su tiempo- como relaciones de poder basadas en la subyugación de la mujer. Seguramente no era fácil para una escritora joven, tan acostumbrada al éxito, no dejarse influenciar por estas críticas, que serían constantes hasta el final, y que volverían siempre -sobre todo hacia finales de los sesenta, principios de los setenta- sobre la falta de compromiso con la actualidad, reprochando la exclusiva ocupación con "el mundo interior". A propósito de su novela Malina Ingeborg Bachmann contestó a estos reproches:

Sin embargo, estas discusiones interiores, y son éstas las auténticas, están ahí. Uno podría preguntar: ¿Dónde entra aquí la guerra del Vietnam?, por ejemplo, dónde está lo que ocurre en el mundo? Pero lo que ocurre en el mundo no es un ejercicio obligado. Yo no escribo música de programa. Uno puede o documentar la época, pero esto no es mi asunto, o uno debe tirar toda esta basura.

En 1958 Ingeborg Bachmann había conocido al novelista suizo Max Frisch (1911-1991), que se había mostrado muy impresionado por El Buen Dios de Manhattan. La relación que nació de esta admiración, y que vivieron entre Roma y Zürich, fue aparentemente difícil. Según Frisch, que no dudó en usarla como material para su novela Montauk (aunque ya la menciona en Pongamos que me llamo Gantenbein), "al final ambos lo pasaron mal". La imagen de gran diva, de mujer excéntrica, hipersensible hasta la histeria que él dio en su obra de Ingeborg Bachmann, es la que ha prevalecido hasta hoy. Es en la misma época cuando Ingeborg Bachmann a su vez empezó a escribir sobre la problemática de la lucha por el poder entre hombre y mujer en las relaciones de pareja. Sin embargo, sugerir de ahí que Malina fuese la novela de su relación fracasada con Max Frisch, como lo hace la película homónima de Werner Schröter, con Isabelle Huppert y Mathieu Carriere en los papeles principales, carece totalmente de fondo.

La separación, junto a la acogida fría de A los treinta años, provocaron en Ingeborg Bachmann una prolongada crisis de salud (tratada por los médicos con una fuerte medicación psicofármaca), que le sobrevino en Berlín, donde se había instalado para algo más de un año, a invitación de la Ford Foundation. En enero de 1964 viajó a Praga y poco más tarde a Egipto y al Sudán. Los lugares de este último viaje sirvieron de escenario para su novela inconclusa El caso Franza que empezó a continuación y de la que leyó por primera vez ante público ya en 1966. Junto con Malina -considerado la "obertura"- y el fragmento Réquiem para Fanny Goldmann constituye lo que Ingeborg Bachmann llamó su "proyecto de prosa", la trilogía ‘Formas de morir’, a la que se dedicó exclusivamente los últimos años de su vida.

He escrito casi 1000 páginas antes de este libro (Malina), y estas últimas 400 páginas de los últimos años de todos se convirtieron al final en el comienzo que siempre me faltaba. Para mí es ahora éste libro el que me ha posibilitado el acceso a las "Formas de muerte".

Las tres novelas de la trilogía indagan en los mecanismos del poder: por un lado a nivel colectivo, entre individuo y sociedad en el mundo occidental capitalista -ya que sus protagonistas femeninas insisten en vivir un sentimiento absoluto y dejan de ‘funcionar’como ciudadanos útiles-, y, por otro lado, a nivel individual, entre hombre y mujer en el patriarcado -tanto Franza, como Fanny, como el Yo femenino de Malina se subordinan a las exigencias del hombre que aman y quedan al final aniquiladas. La famosa frase final de Malina, después de desaparecer la heroína en una grieta de la pared, -"era un asesinato"- pone punto y final a una historia que narra el proceso de una lenta aniquilación psíquica. El personaje del Yo femenino es una mujer escindida en un ser visceral, que se entrega sin reservas al amor por Iván, y otro racional, encarnado por el intelectual Malina, con el que el Yo lleva una constante lucha discursiva por sobrevivir que finalmente pierde.

Al ciclo de ‘Formas de morir’ pertenece también el libro de relatos Simultan (Tres senderos hacia el lago), de 1972, ya que fue concebido paralelamente a las novelas.

Escribí, junto a la novela, relatos, para descansar del libro, porque el trabajo era enormemente cansado. [...] Digamos que, todo lo que se me ocurrió al margen, y que, sin embargo, no tuvo lugar en la novela, ha generado los relatos.

La conexión entre las novelas y los relatos de Tres senderos se evidencia en la nómina de personajes. Las vidas de casi todos las figuras del ciclo se cruzan de alguna manera, a través de familiares, conocidos o amigos comunes. Volvemos a encontrar a Franziska Jordan, la joven esposa del famoso Dr.Jordan, trágica protagonista de El caso Franza, en Los ladridos, esta vez como única visitante de su anciana suegra, la Señora Jordan, y averiguamos algo de su historia desde otro ángulo. Franza coincide también ocasionalmente en Problemas, problemas, con la protagonista Beatrix, porque van a la misma peluquería. En las novelas igual que en los relatos aparecen además, cuasi como fondo humano, siempre los Altenwyls, Elisabeth Mihailovics o Harry Goldmann. Pero los personajes centrales de los cinco relatos y de las novelas -todas ellas "mujeres vienesas"-, tan diferentes entre sí por edad o estatus social, no sólo tienen amigos comunes sino también el mismo problema: unas vidas torcidas o al menos limitadas por no encontrar su lugar (como mujer) en el mundo moderno. Las más felices a nivel profesional, la siempre eficaz intérprete Nadja de Simultáneo y la conocida fotógrafa Elisabeth de Tres senderos hacia el lago, llevan su desdicha guardada en el fuero interno -la incapacidad de mantener una relación plenamente satisfactoria con un hombre- y la disimulan cargándose excesivamente de trabajo. Las otras son víctimas de la prepotencia directa o de las imposiciones indirectas de los hombres, sean estos los maridos, los amantes o los hijos, y huyen de este hecho con diversas estrategias ingeniosas. Miranda, en Estos ojos felices prefiere la miopía a tener que enterarse que su novio la engaña con su mejor amiga, la Señora Jordan se refugia en alucinaciones de ladridos de perros para no pensar en la crueldad de su hijo, y la Beatrix de Problemas, problemas busca protección bajo una gruesa capa de maquillaje.

Durante su ocupación con el "proyecto de prosa" Ingeborg Bachmann sólo esporádicamente escribió algún poema. Después de Invocación a la Osa Mayor, publicó 18 poemas sueltos más, de los que Ningunas Delikatessen expresa explícitamente su renuncia a la poesía, que ya no le servía para "mover algo", como exigía. Estos poemas se pueden considerar su testamento poético ya que plasman sin artificios estéticos las preocupaciones de la autora, en primer lugar su desconfianza en el leguaje, como en Vosotras palabras, el poema dedicado a Nelly Sachs.

¡Vosotras, palabras, levantáos, seguidme!
y aunque ya estemos lejos,
demasiado lejos, nos alejaremos una vez
más, hacia ningún final.
No aclara.
La palabra
sólo arrastrará
otras palabras,
la frase otras frases.
El mundo así quiere,
definitivamente,
imponerse,
quiere estar dicho ya.
No las digáis.
(...)
Y sobre todo, no eso: la imagen
en el tejido de polvo, el retumbar vacío
de sílabas, palabras de agonía.
¡Sin decir nada,
vosotras, palabras!

Además dan fe de su progresiva extrañeza con el mundo y de su reivindicación de valores no materialistas, como en su último poema Bohemia está junto al mar, escrito en 1964. El texto contiene múltiples alusiones al teatro de Shakespeare, en especial a Cuento de invierno, cuya situación geográfica es: Bohemia, junto al mar, y plantea la utopía de un país imaginario como signo de esperanza.

Tras la publicación de Malina y de Simultáneo, siguió Ingeborg Bachmann, a pesar de su precario estado de salud, trabajando intensamente en El caso Franza. Cuando en la primavera de 1973 murió el padre, al que quería mucho, se quedó muy afectada, un estado que se pronunció con la visita del campo de concentración de Auschwitz, durante un viaje a Polonia en mayo del mismo año. En las entrevistas de estos meses y los textos para un programa de televisión de junio de 1973 habla, sin embargo, con insistencia de la esperanza:

Me han preguntado a veces por qué tengo una idea o imaginación de un país utópico, un mundo utópico, en el que todo se arreglará, en el que todos serán buenos. (...) Y no creo en este materialismo, en esta sociedad de consumo, en este capitalismo, en esta monstruosidad, que pasa aquí, en este enriquecerse de la gente que no tiene ningún derecho a enriquecerse a costa nuestra. Yo creo de verdad en algo que llamo "llegará el día". Y llegará algún día. Probablemente no llegará, porque siempre nos lo han destruido, desde hace tantos miles de años siempre nos lo han destruido. No llegará pero sin embargo creo en ello. Porque si ya no puedo creer en ello, entonces tampoco podré escribir.

Ingeborg Bachmann falleció el 17 de octubre de 1973, a consecuencia de la supresión de medicamentos de las que dependía desde hacía años, después de haber sido ingresada en el hospital el 26 de septiembre con graves quemaduras. No se sabe con exactitud cómo se produjeron éstas, lo más probable es que se durmió en su piso en Roma con un cigarrillo encendido, aunque también se habló de suicidio o de asesinato.


1.- Véase sobre las "correspondencias poéticas" entre los dos poetas la recopilación de ensayos: Ingeborg Bachmann und Paul Celan - Poetische Korrespondenzen. Bernhard Böschenstein, Sigrid Weigel (eds.). Suhrkamp, Frankfurt, 1997.

 

Ingeborg Bachmann

Ingeborg Bachmann

Puerta de entrada a la casa que habitara en Roma. Via Bocca di Leone. Foto de Pampi Curuchaga

Ingeborg Bachmann, Klagenfurt (Austria), 1926-Roma (Italia), 1973. Poeta y  autora austriaca. Es una de las más destacadas escritoras en lengua alemana del siglo XX. Publicó, entre otros libros El tiempo postergado, Cátedra, 1991. Malina, Alfaguara, 1986. Tres senderos hacia el lago. Alfaguara, 1987. A los treinta años. Edhasa, 1986. Últimos poemas, Hiperión, 1999. Ansia y otros cuentos, Siruela, 2005. El prestigioso Premio Ingeborg Bachmann, concedido anualmente en Klagenfurt, Austria, conmemora su nombre.

Cecilia Dreymüller nació en Nohn (Eifel, Alemania) en 1962. Es doctora en Filología Hispánica, especializada en literatura escrita por mujeres. Residente en España desde hace veinte años, ha contribuido con su trabajo al acercamiento cultural de este país con Alemania. Traductora, ejerce la crítica literaria en medios alemanes y españoles

Nota: Este texto, siempre actual por su claridad acerca de la vida y la escritura de Bachmann, fue publicado por El Crítico nº7 en 1998 por Cecilia Dreymüller, traductora, estudiosa y especialista en la obra de la autora austríaca.