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Poesía Húngara
/ La supervivencia de una lengua

 

 

La supervivencia de una lengua

Resuena cada noche en La Colina de las Rosas un retumbar de cascos de caballos criados en remotos parajes de las estepas uralianas. Cuenta la tradición que ahí, en cierto solar de Buda, Kgülbaba, el líder turco, sembró un jardín como símbolo de amistad hacia el suelo húngaro. Fue en la margen elevada del Danubio, de cara a Pest, frente al Parlamento, en lo espeso de ese bosque que se despliega sobre una tierra muy antigua. Aún crecen allí las rosas, y aún hoy, resurgen las canciones de un pequeño país, cuya lengua, milagrosamente, sobrevivió milenios a distintas etnias, en diversas circunstancias y ante dilatadas opresiones.

Emparentada por sus orígenes fino-ugrio con el idioma finlandés y el estonio, la lengua magiar, que se remonta a la edad del bronce, antepone lo abstracto a lo concreto. Este aspecto particular provoca dificultades en quienes pueden traducirla pero abona además la semilla indispensable para que el género preponderante haya sido desde sus orígenes la poesía. “De la literatura húngara –escribe György Lukács– se puede afirmar que, a diferencia de otras literaturas, es la lírica la que desempeña el papel dirigente… Es en la lírica donde la verdad y la realidad se abren camino con poderosa fuerza, con todo el ímpetu y todos los anhelos y exigencias de un pueblo que aspira a la liberación”.

A poetas de la talla de Sándor Petöfi y Attila József, traducidos a nuestro idioma por José Martí, Pablo Neruda o Juan Gelman, se suma un tejido de voces entre las cuales es necesario mencionar al menos dos matices: el impetuoso tono de Endre Ady –que renovó esa literatura a comienzos del siglo pasado– o las búsquedas formales emprendidas por el multifacético Sándor Weöres durante su larga vida creativa. Con sólo 15 años, Weöres escribió el poema “Los viejos”, que luego fuera musicalizado por Zoltán Kodály. Fue Weöres quien recalcó especialmente que la misión del poeta era hablar acerca del hombre en su totalidad; esto es, en su condición de ser humano.

“Yo te quiero mucho porque a tu lado encontré la forma de volver a quererme”, dice en uno de sus poemas Attila József, el poeta padre de los húngaros. Stephen Vizinczey, al recordar en su libro “En brazos de la mujer madura” retazos del devenir de su patria en términos de “perder y resistir”, menciona parte del himno nacional, y escribe: “Ya hemos sido castigados por nuestros pecados pasados y futuros”. En su amplia historia documentada, este pueblo originariamente bárbaro, que desciende de los Urales en su primerísima etapa, complejo por naturaleza, logró superar distintas dominaciones y convertirse en la nación que impulsó la caída del Muro de Berlín a fines de los ‘80. Asimismo, se repuso de la invasión de los tártaros en 1241, de la ocupación de los turcos entre 1526 y 1700, de la supremacía de los austriacos entre 1711 y 1918, de la invasión alemana entre 1944 y 1945 y del sometimiento de la lejana URSS. Ha sido esa saga de “derrotas y supervivencias” -para volver a citar a Vizinczey- la ”especie de religión” por la cual los húngaros siempre recuerdan la mortalidad de los imperios, y viven, y escriben, sin que las calamidades consigan destruirlos.

De la patria que ha dado artistas como Ferenc Liszt, Béla Bartók, Imre Kertész, György Lukács, István Szabó, Péter Esteházy y tantos otros, transcribo esta breve muestra de poesía magiar.

 

Poemas


Sándor Petöfi
(1823-1849)
Libertad, amor


¡Libertad, amor!
Preciso de ambos.
Por mi amor sacrifico
la vida,
y sacrifico por la libertad
mi amor.


Endre Ady
(1877-1919)
¿Y si no obstante…?

Pensé: pequeña, amada compañera,
de perdurar tratemos, no obstante esta
desolación salvaje y traicionera.

Cuando todos se pierden, se han perdido,
retenme tú, para milagro o culpa,
para ayer, para fe de lo vivido.

Cuando todos escapan, caen, yo
pensé, pequeña, amada compañera,
retenme para un Pasado mejor.

Retenme mientras clavos siento hender
mi corazón sangriento, detenido,
no obstante ser un hombre del ayer.
¿Aún, pequeña, amada compañera,
me abrazas? Ay de mí, mil veces ay
en esta desmayada sangre fiera.

Mas si me voy, tus manos borrarán,
tan justas y pacientes, mi destino,
tú, a quien se lo entregara el huracán.

 

Dezso Kosztolányi
(1885-1936)
Cuarenta años


Cuarenta años cumplidos, una noche
te despiertas, después de largo rato
no te podrás dormir. Miras tu cuarto
allá en la oscuridad. Y lentamente
piensas sobre aquello y esto. Yaces,
con los ojos abiertos, como luego
en el sepulcro. Es el viraje, cuando
tu vida tira por el camino nuevo.
Te maravillas de que hayas vivido
entre tierra y estrellas. A tu mente
viene una vaguedad. Le das vueltas.
Te cansas de ella y la dejas caer.
Oyes a veces un ruido en la calle.
Sabes qué significa cada ruido.
No estás triste. Sólo sereno, atento.
Casi tranquilo. Suspiras. Te vuelves
de cara a la pared. Duermes de nuevo.

 

Attila József
(1905-1937)
Oda
(fragmento)


3.
Te amo como a su callada madre el niño,
como las grutas a sus profundidades,
como las salas a la luz,
como el espíritu a la llama y al descanso el cuerpo.

Guardo tus sonrisas, tus vaivenes, tus palabras
como la tierra guarda los objetos que en su seno caen.
En mis instintos he grabado,
como los ácidos en el metal,
tu dulce imagen:
colma allí tu criatura todas las cosas esenciales.

Los instantes ruidosamente pasan,
pero tú quedas, muda, en mis oídos.
Las estrellas se encienden y descienden,
pero tú te detienes en mis ojos.
Como el silencio en una gruta
tu sabor flota cálido en mi boca,
y tus manos, alzando un vaso de agua,
sobre ellas su fina red de venas,
recomponen el alba por momentos.

 

Junto al Danubio
(fragmento)


II
Hace cien mil años miro las cosas
que ahora veo de repente.
Sólo un minuto, y poseo completamente el tiempo
que cien mil antepasados miran conmigo.

Veo lo que no vieron. Cavaron, y mataron,
y abrazaron: cumplieron lo que ordenó su ley.
Mas si hay que se sinceros, vean ellos ahora,
en la materia inmersos, todo lo que no veo.

Nos conocemos como la alegría y la pena.
Yo poseo el pasado, el presente es de ellos.
Escribimos poemas –ellos guían mi lápiz:
yo los siento, los siento. Los siento y los recuerdo.

 

Miklós Radnóti
(1909-1944)
Séptima égloga


(fragmento)

Entre falsos rumores y parásitos, aquí viven franceses, polacos, italianos ruidosos, servios separatistas, judíos melancólicos. Cuerpos febriles y rotos que, a pesar de todo, viven una vida, esperan buenas nuevas, palabras femeninas, un libre destino humano, y, mientras llega el fin, envueltos en la espesa penumbra, milagros.

Estoy tendido en la tabla, entre insectos, animal cautivo.

El asedio de las pulgas se reanuda, pero el enjambre de las moscas se ha calmado. Ya es de noche. ¿Ves?, el cautiverio es un día más corto y la vida también es un día más corta. El campo duerme. El paisaje se baña en la luna y los alambres se tensan de nuevo en su luz, a través de la ventana, las sombras de los guardias armados marchan proyectadas en el muro entre los rumores de la noche.

(Lager Heidenau, en las montañas, cerca de Zagubica)

 

Tarjetas postales


II
Sólo a nueve kilómetros de aquí
queman almiares, prados, casas,
aquí, sentados, los aldeanos fuman
sus pipas, mudos, alarmados.
Aquí, aún se riza el agua si entra al lago
la pastora, con su pie desnudo
y al inclinarse, bebe nubes el rebaño.
(Cservenka, octubre 6, 1944)


III
Los belfos de los bueyes manan baba sangrienta,
todos los hombres, todos, sudan y orinan sangre,
la tropa se amontona en charcos pestilentes.
Sobre nosotros sopla, fiera, la muerte.
(Mohács, octubre 24, 1944)

 

Sändor Weöres
(1913- 1989)

El Greco, la parábola de un genio


Entro en mí
por la noche, en la oscuridad.
Alguien enciende una vela
a la distancia.
En su hogar,
él prende el pabilo
que apenas ilumina
lo profundo de su habitación.
Para el maestro
la resplandeciente llama de la vela
es poco más que nada
entre los crepusculares movimientos.
Pero para el peregrino
es una señal que lo guía
por la noche
a través de la intemperie.

Flamea, marca indicios
indica la dirección hacia la aldea
como una hoguera inmensa
en medio de la oscuridad.


Mihály Váci
(1924- 1970)
Desde entonces


El 8 de mayo de 1945 terminó la segunda guerra mundial.
Se inició una nueva era.
Se proclamó la época de la paz mundial.
Y de inmediato se pusieron a:
acorralar en campamentos de prisiones a millones de soldados rasos, tener bajo custodia a cientos de miles en distintos campos del mundo, encarcelar a decenas de miles en el globo de la paz,
condenar a espías y contraespías, a traidores y confidentes
en procesos de resplandor histórico; perfeccionar el descubrimiento más azaroso de la ciencia,
elaborar el sistema seguro del golpe y
del contragolpe totales, lograron insuperables resultados
en el humanitario uso de las armas químicas,
del napalm, de los medios para paralizar, defoliar, esterilizar
el suelo, se produjeron dos veces más bombas, y las lanzaron sobre pueblos pasmados de terror, que en la segunda
guerra mundial en Europa, desde entonces murieron casi tantos amarillos, negros y blancos
por el furor del odio racial y de clase
como en las cámaras de gas de la segunda guerra mundial, ejecutaron por lo menos tres veces más revolucionarios
que los que murieron por la revolución española,
mataron a cientos de miles en inescudriñables guerras locales, desde entonces pesa en el alma de la humanidad por el legalizado exterminio del pueblo vietnamita de alma de crisantemo un crimen
mayor que el de las fosas comunes de Ucrania, desde entonces más cinismo,
más sadismo, más odios y prejuicios nacionales acometieron la Tierra
que lo encarnado por el aparato de Hitler; el dinero, el afán de conquista, el poder en manos perversas
ha cometido más crímenes en el tercer mundo
que los cuatrocientos años de colonización aún no pagados en la misma moneda,
los blindados atravesaron ensangrentando las revoluciones de pequeños países intrépidos,
araron y sembraron sal en el alma prometedora de cosecha
de Lumumba, en el campo de batalla del Segesvár de nuestro siglo
apuñalaron a Che Guevara,
con armas made in USA abatieron a dos hijos de América que quisieron
entrar no ya a la luna, sino a una América más cuerda,
mataron a King, cuando abrió la ventana de la miseria sofocante de los negros, entre los indios de América del Sur
lograron más exterminio del que durante el mismo tiempo Cortés y el porquero Pizarro.
La pequeña Italia regordeta chupetea entre sus dedos
los ruiseñores de Europa, engulle nuestras codornices,
el hombre hartado traga la carne exquisita de cientos de animales en vías de extinción, nuestras prostitutas emancipadas
cubren su cuerpo semidesnudo con plumas de pájaros que se van extinguiendo,
calzan botas de piel de foca sus piernas abiertas hasta el cielo, los señores con automóvil exterminan las divinas bandadas
de palomas en las ciudades históricas porque ellas ensucian las carrocerías,
derraman hormigón en los jardines respiratorios de las ciudades
para convertirlos en estacionamientos.
Desde entonces contaminaron las aguas dulces de la Tierra, con materiales radiactivos
intoxicaron los mares del mundo, apestaron
el aire, en campos minados convirtieron
las carreteras, en cuartel la luna, en arsenal la estratosfera, transplantaron nuevos corazones y nuevos miedos en nosotros,
acobardan nuestras modestas pretensiones

la rentabilidad, la racionalización, la histeria de la productividad, en los pensamientos
de nuestros espíritus mejores desaparece la preocupación
por planear la salud humana, la desaloja
la euforia de la conquista del cosmos. Progresa el mundo material
y se detiene en seco el hombre, más cómoda es la vida
y bastante más triste. Sabemos mucho más de la existencia
de lo que se la puede soportar, hemos descubierto
todo lo que concierne a la materia y pierde su seguridad
el espíritu humano. Regulamos la naturaleza
y nos devora nuestra misma naturaleza irregulable,
entre tantos artículos perfectos
el hombre va perdiendo cada vez más su perfección.

Y desde entonces siempre volvemos a ponernos, conspiradores por el bien,
a refutar esta historia
y presentar algo en defensa del género humano.


Ferenc Juhász
(1928)
El día de las supersticiones, el jueves: cuando es lo más difícil


En el tercer día está lo más difícil, en el tercero.

Estoy de pie, pensativo, sobre esta isla de piedra y electricidad: en el Octógono.
Es jueves por la noche.
No me maldigo.
No lloro por mí.

Cae a cántaros una lluvia azul, amarilla, verde, roja.
A mis pies hay arroyos irisados de petróleo
y ampollas de lluvia amontonadas.
Como los ojos –botijas de encaje de barro–
de camaleones de ágil piel,
giran los ojos de membranas acuosas
de los animales – burbujas pululantes.
Su piel de mica aterciopelada se arruga, se mueve
y muda color tras color.
Los lagartos de cresta roja de la lluvia se trepan unos sobre otros.
Esta plaza es la isla Galápagos
de la floreciente soledad de piedra.

Estoy solo.

La plaza gira como una gigantesca rueda iluminada,
sus naves son los taxis, autobuses, tranvías,
sus ventanas: las vitrinas,
sus rameras: los gladiolos de genitales descubiertos.
Cae a cántaros una lluvia azul, amarilla, verde, roja.

Gritan los vendedores de periódicos.
Callan los vendedores de flores.

Por encima de árboles, techos y chimeneas, armazones metálicas levantan
las luminosas flores animales del silencio,
las criaturas momentáneas de la noche,
los monstruos eléctricos de la noche.
Mi corazón ve su destino, que está extendiéndose sobre el cielo:
como un gigantesco encéfalo multicolor
vibra sobre mí el mapa eléctrico:
es Hungría.
Las aldeas y ciudades –puntos luminosos–
son como células cerebrales, ganglios de la médula,
los ríos de electricidad: las arterias azules;
sus circunvoluciones fulguran.
¡Ay hombres!

En el tercer día está lo más difícil, en el tercero.

No me maldigo.
No lloro por mí.

Y aquí y allá, en la lluvia, comienzan a florecer
el techo, la pared, el cielo:
en la telaraña de luz hay un pequeña araña lumínica,
y moviéndose con afluencias de células de luz


la hoja de mimosa de los anuncios
se abre, se vuelve, se contrae,
como la cabeza de la anémona de los mares profundos,
cuando ondula
y palpa.

¡Ayúdame humanidad!

Y debajo de los helechos cristalinos de la lluvia,
como fósiles de celofán,


susurran y crujen, incandescentes,
capas de nylon, chaquetas de caucho,
bolsas de plástico transparente.


Mujeres vestidas de piel de lagarto,
hombres vestidos de piel de serpiente.


Y están hambrientos. Y están sedientos.


Con rostros azules, verdes, amarillos, rojos,
se amontonan.


¿Quién sabe que estoy aquí de pie, tiritando de frío?
¿Para quién compraré flores ahora?
¿Dónde están los buenos amigos?
¿Quién me oirá si grito?


Miro la lluvia
buscándote.
Te llamo con palabras que se tornan azules.


Y con líneas de luz rojas, amarillas, verdes,
la noche dibuja en la lluvia
un gigantesco jarro de cerveza.
Nace, cayendo en al muerte.


En una jarra de oro espumea la cerveza de oro,
y la jarra de oro vomita racimos de electricidad.
Fluye hacia el mucoso empedrado
la espuma fosfórica, el fósforo eléctrico.


¿A dónde voy?
¿Qué canto?


“¡Sálvame, Señor, de lo malo!”


En el tercer día está lo más difícil, en el tercero.


Tendría que huir.
Tendría que quedarme aquí.


Ando vagando en la espuma de cerveza eléctrica.
Gritaría, como el niño que quiere algo,
gritaría, pero todos se reirían de mí.
Y me treparía sobre ti, Hungría de redes de venas eléctricas,
me acostaría en tu cerebro de neón,


para que, por entre las costillas traslúcidas,
vieran mi corazón hinchado.
El corazón que es tuyo.


Pero no está permitido. Pero no se puede.


En el tercer día está lo más difícil, en el tercero.


Yo no grito,
no lanzo maldiciones,
sólo estoy parado en la irizada selva virgen de la lluvia,

de mi boca salen inflamadas las palabras de mi abuela: “¡Sálvame, Señor, del Unicornio, del Pájaro de Cuatro Mamas,
sálvame, Señor, del Carnero con Escamas, de la Flor que Aúlla, sálvame, Señor, de la Rana que Ladra, del Ángel con Pezuñas,
sálvame, Señor, sálvame de lo malo!”

Pero ¿a quién balbuceo, a quién le hablo?
¿A quién salvará de la muerte este canto?
Es que yo renegué de dios riéndome,
con una rama espinosa le azoté la ingle y huí.
Mi llama he puesto tan grande como dios;
en ella se abrasan insectos-universos con salivaciones membranosas,
con verde chisporroteo de lágrimas, con verde burbujeo,
y ahora entrelazan mi cabeza
las raíces eléctricas rojas, azules, verdes.
La barba lila que cae del hombre eléctrico fluye hacia mí,
Como un manojo de tentáculos me estrangula, me envuelve.


Sólo tú puedes ayudarme, lo sé bien.
En el tercer día está lo más difícil, en el tercero.
¿Qué quiero?
¿Qué quería?
Me adentré en tu corazón escarbando,
como, dentro del fuego de la mina,
el pequeño soldado de rostro hirsuto en el vientre de la madre tierra:
encima de él calaveras luminosas de la muerte,
hojas metálicas,
en torno a él surtidores de rubí, moscas de sangre,
abismos de estalagmitas de carne, lianas de venas palpitantes, párpados de arco iris, flores de globos oculares que giran.


Como un embrión
me acurruco enroscado
en tu jungla sangrienta, palpitante:
me mecen las costillas que se mueven tiernamente,
me golpea el chisporroteo de tu cascada de sangre,


el temblor grasiento y encrespado de los intestinos,
oigo cómo trabajan, bullen,
el hígado, el riñón, los pulmones, el fósforo,
mis ojos abiertos ven tu noche interior,
y mis ojos de antena y tentáculo
sienten tu cuerpo que se torna traslúcido.
Eres mi espacio cósmico, mi mar profundo.

Estoy solo.


Estoy contigo.
Cae a cántaros una lluvia azul, amarilla, verde, roja.
De lo hondo salen gritando los animales de luz.
Y Hungría, la medusa eléctrica,
el cerebro del mar, ondula por encima de mí
y nada la medusa del espacio cósmico: el globo terrestre
en el golfo de la galaxia.


Yo creo
que te quitarás tu suave crisálida,
se construirá tu fe,
desplegarás tus alas de mosaico áureo,
las desprenderás de lo pegajoso, baboso y blando,
su estructura de quitina se secará, se solidificará,
su membrana se secará, se estirará,
para que salgas palpitante del lodazal de venas azules;
y el útero del tiempo se cerrará silenciosamente.
Porque sé que mi destino es tu destino.


Aquí estoy solitario.
Inclino mi cabeza mojada.


En el tercer día está lo más difícil, en el tercero.
Es jueves por la noche.
No me maldigo.
No lloro por mí.


Y echo a andar hacia mi casa, mojado, destinado a vivir,
en la lluvia azul, verde, roja, en la era del socialismo.

 

Poesía Húngara

Poesía Húngara

Imagen: Camino a Balatón en invierno, sandra cornejo, 1998.

(Con cariño y agradecimiento a Zsolt Zombori por el material compartido y la enseñanza querible de su patria natal, siempre presente en nuestro hijo Mateo). Sandra.