Tuerto Rey - Poesía y alrededores

en el archipiélago /
textos de aquí

Jorge Goyeneche
/ Poemas de "Final de Obra"

 

El lote

 

 

                  Ningún lugar es nada.
          Toda esa tierra suya, seca y calcárea,
apisonada quizás por antiguas tropillas como una rastrillada
que no conduce a ningún destino,
esos metros cuadrados donde construir la casa que se resisten a la
fuerza de sus brazos al filo de la pala y repican ante cada intento
de penetración como un campanazo irritante,
toda esa tierra polvorienta donde el agua se estanca y no penetra
con su oxigenación, donde no habitan lombrices que remuevan
sino solamente hormigas egoístas que cavan su caverna y guardan
el botín de hojas robadas,
toda esa poca tierra suya muerta como un patio es algo.
Porque ningún lugar es la nada.
Allí debajo ciertamente, lo ven sus ojos rayos equis de novelista,
hay algún infierno,
algún pequeño submundo de ánimas viejas,
tal vez lejanos aborígenes que perdieran
de manera insólita su rumbo
vivifican desde abajo,
o la energía que volara de algunas vidas
como petróleo de dinosaurios.
La materia más cruda tiene también, piensa el novelista, algún
brillo interior, llámese espíritu energía resto por siempre, y nada
podrá interponerse entre las vidas que se acomoden en la casa allí
arriba y esos númenes que emitan sub sole.
Aunque más no sea (y es mucho) estará toda la literatura
y toda la psicología. Habrá una puerta
que aborte la esperanza de los que la atraviesen
y luego todos sus círculos hasta los largos pelos
escalones que llevarán al purgatorio (entonces hay esperanza).
Habitará el ello, indominable bestia (de cada uno de los que por
arriba circularán), al acecho primitivo irracional
absolutamente frontal nunca mentiroso por eso mismo.
Y el superyo también habrá de pavonearse
con su cetro y su corona,
en el otro rincón del cuadrilátero inferior.
Sí, se dice (y le sirve de acicate para seguir con su obra bruta),
aquí se construye también desde el abajo,
y toda la materia no es solo cosa,
no hay tal,
no existe la nada, la nada no es,
la materia polvorienta,
la materia roca que le opone su muralla tiene vida
y alimentará y desnutrirá las otras, vigilará,
intentará mandar dominar, les gritará esto no
esto sí,
también les pinchará las plantas de los pies para que salten
sangren puteen agredan.
Aunque sin lombrices, aunque puro mineral, ninguna casa es
         nada.

 


Demolición

 

 

La furia deja  su reguero 
de uvas pisoteadas,
cáscaras duras muellen el piso
y lo nievan azules
para que nadie pueda detener su marcha
encima de ella.
El novelista solo tiene enfrente enemigos de mezcla y ladrillos
huecos, inevitablemente contra ellos la emprende con sus puños,
a patadas, con las uñas, también la cabeza que arde por dentro se
estampa y estampa hasta el inicio del mareo que sin embargo no
es eficaz para detener todas las espinas y todos los clavos gigantes
que saltan bajo la piel, tras de los ojos y desde los orificios de las
narices, las orejas, innumerables los poros, queriendo ser erizo
contra el aire. Otras personas serían necesarias para asedar la
ira, que la materia con su estupidez solo consigue multiplicar el
estallido.
Ay si pudiera romper cada milímetro de arena,
piensa como ebrio el novelista,
demoler cada nanogota de agua turbia
y fundir las chapas del techo
y los metales de los cables
y los caños. Pero está solo y tiene un mandato
que incluso sobrevive lúcido a la furia de aniquilación.
Allá estarán ellos esperándolo, con curiosidad por conocer las
novedades, los progresos de la obra. ¿Cuánto falta para la casa
necesaria, están puestas las ventanas,
andan las luces acaso?
Ninguna de las causas que lo han herido son suficientes para
demoler la construcción,
sí para arrasar la ciudad  y el pasado,
sí para hacer cenizas finales de quienes lo abandonaron,
sí, seguramente sí, para decapitar todas las asperezas
e injusticias,
todos los miedos de esa época,
a cada agente de la muerte y la tortura.
Más esa marca de infortunio que se le cruza en cada bocacalle.
Pero la casa que vendrá no se merece una venganza
sino memoria.
Y así cada rincón de la obra, cada caño, cerámico,
bombita de luz habrá de ejercer
su finalidad sin odio, pero sin olvido.
La casa será el libro a pesar de las tachaduras
y enmiendas, de tantas erratas y hojas pegadas.
La furia insiste con su espuma de aerosol,
de glifosato, fumiga todo el piso
y el campo que lo rodea.
La cabeza del fémur cepilla piedras
y cada tendón se empasta de cemento agrumado,
el universo entero entra en ebullición
big bang improductivo desolador
y las galaxias giran a contramano a sus ojos
que solamente ven lo que le han hecho,
en qué lo han convertido,
y a pesar del esfuerzo por salirse de ese pozo negro
y de la toda voluntad por construirse distinto,
el suelo donde pisa de vez en cuando lo envuelve
en el terremoto de su pasado,
de las frustraciones que no logra domesticar.
Sabe que uno es lo que hace
con lo que han hecho con uno (gracias, Sartre),
pero lo que han hecho sigue de hielo
a pesar de los paños calientes.
Y cuando salen, cuando vuelven con la hipotermia de la niñez
se alza la furia,
una cuestión fisicoquímica de compensación de temperaturas
que en lugar de equilibrar,
simplemente
destruye el todo.
Aunque sea por un instante. Y sin embargo,
las paredes sobreviven.

 


  

Jorge Goyeneche

Jorge Goyeneche

Jorge Goyeneche nació y vive en La Plata. Es diplomado en Letras (UNLP). Colaboró, entre otros medios gráficos en las revistas Humor y Satiricón (1980-90). Obtuvo el primer premio por guion en el Festival de Teatro Independiente (1989). Tradujo La metamorfosis y El proceso de F. Kafka, El cuervo y otros poemas de E. Poe (editadas por Gárgola Ediciones), Sonetos a Orfeo de R. Rilke, El hombre de arena y otros cuentos de Hoffmann y El golem de Meyrink. Codirigió la revista cultural Oliverio (2003). Es coautor de la Agenda de los escritores en el tiempo (2003- continúa). Condujo desde 2004 programas radiales de literatura. Publicó las novelas Toda la delantera en orsái (Último Reino, 2001), Semblantes de bestias (De los cuatro vientos, 2003), Serial Writer/Argentino Serial (Gárgola, 2008), Almirante de Sal (Parque Moebius, 2011. Finalista del concurso Aurora Venturini), Que algo quedará (editada en España por Puntoyaparte, en Chile por Piedra de Sol y en Argentina por Gárgola, 2014. Primer premio del Instituto Cultural de Puerto Rico en 2011), Mala Praxis (Parque Moebius, 2015), Final de Obra (Huesos de Jibia, 2016). Semblantes de bestias fue reeditada en 2016 por Gárgola. Recibió en 2015 el premio Almafuerte por su trayectoria como escritor.