Tuerto Rey - Poesía y alrededores

en el archipiélago /
textos de aquí

Azucena Salpeter
/ Declaración con uvas y piedras y otros poemas

Marcas de lápiz en el marco de la puerta de la     
cocina


   para Emilia

como esas patas de gallo que se hacen en las comisuras de los ojos
que demuestran que la vida es bella
así las rayas que trazamos
para crecer
el equivalente de un pergamino de versículos
enrollado en nuestro interior
y que intentamos deletrear:

aquí, cuando ibas al jardín de infantes
aquí, después de la fiebre
que fue como cruzar el Mar Rojo
aquí, a los 10 años
cuando curamos las heridas
de un dibujo mal hecho,
ésta,  ahora, que me llegás a la cabeza, estamos iguales
vos con tu cabeza llena de flores
yo con mi cabeza llena de manos para cuidar tus flores.


 

Declaración con uvas y piedras

 

Amo los poemas que son como archipiélagos
uno los visita en vacaciones y vuelve vuelve
tras cada naufragio.
Amo los poemas que resguardan como el jacarandá

cuando deja caer sombras
florescencias de luz
que albergan al camello herido en la mitad de la noche.
Amo los poemas que se hacen bosque dentro de una casona solitaria
y emiten zarcillos raíces adventicias ramos de naranjas
junturas por las que afloran multitudes que van y vienen por el pueblo.
Amo los poemas que son como el mamboretá voraz
no escribe
reza
y pierde la cabeza por amor.
Pero por sobre todo amo los poemas que se extravían
un día de vientos encontrados
y aparecen de pronto bajo las piedras de Grecia
después de dialogar mil años con el murmullo de los siglos.
Amo tal vez esa nada
que podría llamarse Ulyses y es un batir fugaz
como quien se deshace.
Aún así creo que en el fondo de mi casa
hay una mujer desnuda de palabras
ella nombra sus uvas una a una
como si fueran átomos del Génesis

pero sigo sin comprender
por qué las uvas
por qué las piedras.

 

Pregunté  “quién soy”  a  mis  padres



Me contaron historias de historias
como enredaderas de barcos y caballos
me compraron zapatos para el día de fiesta
y un collar que te vuelve invisible

Los barcos se hundieron en el océano del “quién soy”
los caballos galoparon a otras historias
el collar perdió poder

De cuando en cuando aparece en la esquina de una fotografía familiar
un desconocido sin zapatos
“todos quieren comunicar algo a alguien”, dice.

 

Encuentro  con  Alfredo  Veiravé



Fue un domingo al mediodía
de ésos en los que uno camina con el alma inacabada
Alfredo estaba sentado bajo los peces transparentes
del zamuú, yuchán o palo borracho
árbol originario de las estaciones ferroviarias y las despedidas
tecleaba en su máquina de escribir
una Remington altísima de los años 70
con letras recién emergidas del tóhu vabóhu
y eran soles en la voz de Chavela Vargas.
No me vio
de tanto en tanto despejaba las moscas del yuchán
los falsos rumores sobre el dólar y los levantamientos militares
disimulaba así, con su ojo de búho
cualquier duda sobre los cálculos de Copérnico
y los vestidos de seda de la muerte.
Por su hombro izquierdo marchaba la soledad de las hormigas
Que “delicadamente transportan grandes piedras para las pirámides de los faraones”
de su hombro derecho subía el palo mayor del philodendron
-del griego philo: amar, dendron: árbol-
con su vela a barlovento
prueba de que nos salvaría a todos
a pesar de la caída de los grandes imperios.
De pronto, una de esas “flores ebrias de orquídeas”
le estampó un sonoro beso en la boca
y ya no lo vi más
o sí, al menos vi sus sombra de Orfeo:
se paró arriba de la silla y extendió los brazos
“estoy vivo”, dijo.
 


El  poeta  muere



El poeta muere sin rezar
como quien lleva a los chicos a la escuela

Muere de muerte imperceptible
como quien está de paso por el mundo
por fragmentos
sin ninguna certeza
delgadísimas láminas de un árbol de cristal
entre el Éufrates y Tigris
todo es transparente en esa franja
entre sus brazos ojos piernas
en la distancia entre una silla y una mesa
todo es transparente sin motivo y fugaz
como un beso
como pisadas en la arena que lleva y trae el mar

Así la arena vuelve al interior de sus pensamientos
las pisadas al interior del mundo
hecho de materia oscura y olvido

El poeta muere sin rezar
entre el Eufrates y Tigris
tierno y levitado como quien despierta y va a la escuela

cree firmemente que ésa es la Tierra Prometida.

 

Una taza de té a medio beber sobre la mesa



me recuerda al éxodo
un trozo de pan y siete granos de pimienta
me recuerdan al borde cachado de la libertad
el son del andar de las jirafas
me recuerda el movimiento de los planetas
un séptimo color invisible
me recuerda el país de ninguna parte

en el borde de ninguna parte
gira un nómade en blanco y negro
con una fotografía entre los dedos
lee el rostro invierte la imagen desacomoda el nombre
la fecha y la taza de té sobre la mesa
al menos rescata el número Pi
el número de 216 dígitos
me recuerda que sólo los pastores
conocen el rugir del león.

 

El  hombre  que  peleó  con  Dios



De los treinta y seis justos que sostienen el mundo
mi padre
peleó con Dios

Todas las almas de su alma se encendieron
como piñas de pino
crujieron las palabras de la Biblia
como huesos amantes en fuego negro
crujieron los abrigos los zapatos de nieve
crepitaron las diez hectáreas de trigo a lo largo del Prut
el temblor fue un ángel negro y pesado
sobre la escuela Teodoro Hertzl

mi padre callaba y su voz ardía
nos curaba las rodillas y alimentaba el fuego
nos bañaba y alimentaba el fuego
nos llevaba en brazos y alimentaba el fuego
el temblor del fuego de mi padre velaba por nosotros

los 150 salmos del fuego del exilio de mi padre
se miran entre sí
no pueden reunirse en familia
y ya no sé padre mío si escribo de tu fuego
o del fuego de la humanidad
no sé en qué rincón del Pentateuco
se encripta el reclamo de los justos
o si debe guardarse como leña que no arde
sólo para Iamin Noraim


Fueron días y días de acorralar a Dios contra las púas
hasta que el fuego se volvió rojo
después azul y luego blanco
entonces
recién entonces
mi padre se entregó

 Azucena Salpeter

Azucena Salpeter

Azucena Salpeter es médica, poeta, narradora. Nació en Formosa, AR, pero  ha vivido (¿desde siempre?)  en La Plata. Escribió algunos libros (por ejemplo La mitad del cielo, novela) y obtuvo varias distinciones, entre ellas, el premio Mercosur 1998. Sin embargo Azucena prefiere que en su biografía se mencione lo siguiente: “Nació en Formosa y todavía vive. Escribe mucho mientras camina”. Así es ella, una de nuestras mejores poetas. La Plata, 2016.