Tuerto Rey - Poesía y alrededores

poesía, magia y alrededores /
de la literatura universal

Marina Berri
/ Antílopes (inédito)

Antílopes

 

Es de noche y está solo. El bosque suena como siempre, un pájaro que llama inquieto, un aullido perdido lejos, aleteos tensos de a ratos, una rama seca que se parte. Hay luna y por eso las estrellas brillan menos. El olor a eucalipto hace que el cielo esté más cerca, la helada detiene el viento. El hombre come todo aunque está asqueado. La carne tiene un color oscuro y le cuesta tragarla: sentir el gusto en la boca, desgarrarla con los dientes, deslizarla por la garganta. Mañana va a estar podrida del todo, con esas larvas blancas que dan ganas de ponerse a llorar y patear los árboles. Hoy todavía se puede tragar a pesar de las arcadas. Solo como está ahora y con el otoño al borde del fin es difícil pensar en volver a encontrar algo que masticar. Cierra los ojos. Traga.

En un destello del sueño recuerda el golpe y el gesto del viejo, los ojos abiertos y abriéndose más, los labios estirados, las manos buscando carne, venganza, disculpas.

Siente un tirón en el estómago. Después otro.

Abre los ojos y los fija en las estrellas. Ahora, que la luna está entre las nubes, laten lento.

El antílope tomó agua en el abrevadero. Era temprano, apenas la mañana traspasaba la niebla, ellos estaban quietos. Él y el viejo intentaron atraparlo con la lanza. El viejo le mostró dónde ponerse para que no se les escapara. El animal estaba lastimado, rengueaba, apenas se movía. Vaciló a un lado, vaciló al otro Lo agarraron rápido. Se echó vencido y temblando. Habían sonreído y le habían cortado la cabeza. Lo habían desollado entre los dos, riendo, imitando su modo lastimado de caminar.

A él le tocaba primero. Hacía días que no comía nada, podía terminar el antílope solo. Su estómago era más grande que cualquier otro animal. Tenía una presa y era suya.

El viejo se acercó con la cabeza baja. Quería comer de una pata, de la que estaba más lejos. Él lo empujó. Le gruñó. El otro volvió a intentar con más timidez. Lo pateó. Tenía fuerza. Mucha. Más que hambre.

La luna aparece de nuevo y las humean.

Ahora el otro debe estar pudriéndose también, si los lobos no lo encontraron. Tal vez ya esté lleno de larvas gruesas y húmedas.

Cuando sueña las ve moverse.

El estómago le duele. Gime. Se levanta y camina despacio. Deja los restos del antílope en el bosque, al lado de un árbol. Quiere hacer eso de mover la boca, pero si el otro no está para contestarle es aburrido. Lo hace igual. Se ríe un poco, se ríe porque se acuerda más que por que le cause gracia lo que hace. Pero nadie le contesta. Ahuyenta el pensamiento, camina un poco más. En el piso las hojas amarillas también empiezan a pudrirse. 

Está mareado. Llega hasta el arroyo, se sienta en el suelo, se moja la cara. El frío le hace bien, lo despierta. Un antílope se acerca a tomar agua. Lo ve llegar, mirar a los costados, beber con la lengua delicada, como una hoja. Al irse se da cuenta de que el antílope está herido, igual que el día anterior. El estómago le duele. Hambre. Llama a su compañero. Entonces se acuerda de la carne y de las larvas. Este día es otro día. El antílope no se mueve mientras él se acerca: se queda quieto, lo mira con ojos de lago, enrolla la lengua. Él le acaricia la cabeza, despacio. El antílope no tiene cuernos. Y además gruñe. Siente un dolor que se le hinca en el cuello.

Ahora lo ve. Los dientes del lobo desgarran como el arrepentimiento. 

Marina Berri

Marina Berri

Marina Berri nació en Buenos Aires, Argentina en 1982. Es Licenciada y Profesora en Letras y Doctora en Lingüística por la UBA. Recibió el primer premio en el concurso Haroldo Conti edición 2015 por su cuento “Proyecto Gogol" y una mención en el concurso Indio Rico por el libro Manadas de ñus.

Este cuento es un texto inédito.