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Mario Presas
/ Llegar a nosotros, texto inédito

 

Memoria e imaginación en la búsqueda de sí mismo

 

Nos encontramos existiendo en medio de un mundo ya interpretado; mundo que manipulamos, que está allí frente a nosotros, como objeto, conjunto de las cosas inhabitables, objetos de percepción y de ciencia.. ¿Y nosotros? ¿Por qué siempre enfrentados, como alguien que siempre está afuera?

Y nosotros: espectadores, siempre en todas partes […]
¿Quién nos ha vuelto de este modo para que,
hagamos lo que hagamos, tengamos la actitud
de alguien que se marcha? …
Así vivimos y siempre nos estamos despidiendo…
(Rilke. VIII Elegìa del Duino).

Llegar a nosotros, al sí mismo de cada quien es el desafío de recuperar la memoria propia desde la trama impersonal del uno, de lo que se dice y se hace, como si no hubiera escapatoria de lo que se percibe pasivamente. Anonadar esa prisión de lo dado, significa imaginar: no aprehender mi ser como una substancia acabada, como una cosa; sino más bien hacerme cargo de mis posibilidades, manteniendo en el tiempo la fidelidad a un proyecto elegido.
Me comprendo así, literalmente, como el entre – entre un inicio que escapa a mi decisión- y un fin, una posibilidad cierta e intransferible – la muerte. Tan solo esa totalidad completa con comienzo y fin constituiría una figura acabada de mí mismo…pero mi ser, en el entretiempo, como imbricación de lo que he sido – de lo que ha sido antes que yo – y de lo que estoy siendo así, arrojado, yecto de pronto en medio de la escena en que me pro-yecto, reclama una hermenéutica de la facticidad (Heidegger). Que es casi tanto como “escribir” (leer) la novela que vamos siendo. Ortega solía decir: Somos novelistas de nosotros mismos. De modo que en general el modelo de la novela – los relatos de ficción- podrían quizás orientar nuestra búsqueda del sí mismo, pues al fin y al cabo tales “cosas” fingidas son ficciones heurísticas (Kant) que ayudan a investigar la propia vida, rescatando lo que se pierde en la confusión y en la urgencia de los cotidianos quehaceres y preocupaciones. En efecto, por más extraños que sean los recorridos y las peripecias inventados, por más absurdos que parezcan los destinos entretejidos en la trama de una obra, no son al fin y al cabo sino variaciones imaginarias de la única experiencia humana del mundo único. Como lectores, comprendemos esas ficciones en la medida en que variamos también imaginariamente nuestro propio ego (Husserl, Ricoeur).
Esa vida proyectada, “inventada” cual si fuera una ficción, revela la corrección del dictum nietzscheano: el hombre es el ser no fijado; el hombre tiene una historia, es historia. Este hacerse históricamente no sería factible sin la previa negación de lo dado, por obra de la imaginación, esto es,de la conciencia en tanto que realiza su libertad como una superación de lo real (Sartre).

Sería lícito decir entonces que el hombre sólo se comprende a sí mismo al aprehender su vida como narración de su propia historia.
Claramente encontramos la confirmación de ese descubrimiento de sí mismo en la confesión de José Saramago, de que recupera la memoria de sí mismo al dar vida ficcional a sus propios ancestros. En el discurso de recepción del Premio Nobel de literatura de 1998, cuenta cómo la ficción creada por él mismo - que no era un “profesional” de la pluma - terminó por re-crearlo y descubrirlo ante sí mismo. Escribía para sí mismo, para encontrar y retener la memoria de sus raíces, cuando se dio cuenta de pronto de que
“al pintar a mis padres y a mis abuelos con tintas de literatura, transformándolos de las simples personas de carne y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por donde los personajes que habría de inventar , los otros, los efectivamente literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que, finalmente (...) acabarían haciendo de mí la persona en que hoy me reconozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos. En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé”.

El lector recorta la figura de la propia mismidad sobre el trasfondo neutro del uno, del se, de lo que es de todos y de ninguno. Y aquí se vislumbra también, por ello mismo, la inaudita sensación de desconcierto que puede sacudir a quien hace esa experiencia hasta los límites, quien es sacudido por “la inminencia de una revelación que no se produce” (Borges) en que consiste la experiencia estética. Pues éste se encuentra y se percibe como el único, el que no tiene palabras para narrar lo que le acontece. ( ¿o quizá ya no tiene experiencias que contar? como dice Benjamín en “El Narrador”). Acaso se sienta solo, con la soledad y el terror de un ángel con el que comienza y acaba todo un género. Y esta vieja figura de los relatos, el ángel, trae a colación el otro orden, el que quizás resplandece en la belleza, en la medida en que nos gratifica, sin llegar a exterminarnos con su resplandor.

Pues lo bello no es más
que el comienzo de lo terrible,
que todavía apenas soportamos
y que así admiramos, porque serenamente desdeña
destruirnos.
Todo ángel es terrible (Rilke , I Elegía del Duino).

La figura total de la existencia únicamente se lograría en la milagrosa conjunción del principio y del final, el nacimiento y la muerte. Es estremecedor – conmovedor – asistir al insólito caso de una vida que dejó atrás su muerte; a la denodada lucha entre la vida que quiere dar cuenta, darse cuenta de sí misma, y la memoria que se niega – por la vida misma – a repetir la muerte-1 Algo así aparece en La escritura o la vida, de Jorge Semprún. Confiesa Semprún, casi medio siglo después de haber bajado al infierno del campo de concentración de Buchenwald:

En algún momento había abandonado el proyecto de escribir. Me había convertido en otro, para seguir con vida….en 1945 me encontré ante la tesitura de tener que escoger entre la escritura o la vida. Yo mismo me conminé a hacer esta elección, sin duda. Quien tenía que escoger era yo, yo solo.
Cual cáncer luminoso, el relato que me arrancaba de la memoria, trozo a trozo, frase a frase me devoraba la vida.

El suicidio de Primo Levi, en 1987, aceleró esta regresión dolorosa, pues Levi había logrado sacar de sí esas experiencias que le hacían sentir más cerca de los muertos que de los vivos, … culpable de ser un hombre, porque los hombres habían construido Auschwitz y Auschwitz había engullido a millones de seres humanos, a muchos amigos personales y a una mujer que estaba cerca de su corazón.

La transfiguración efectuada por el arte vence a la muerte. Pues ya no tenemos que vérnosla con cosas inertes, perceptibles, de la así llamada “realidad”. Sino con seres que perviven en lo dicho. Y el diálogo con ellos es eterno. La lectura es el acto mágico de la comunicación entre seres que no están allí materialmente presentes, pero que están con la presencia inefable que es su respectiva identidad. Quevedo sabía muy bien qué pasaba al leer…

Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos
Y escucho con mis ojos a los muertos.


1- Como luminoso contraejemplo podríamos pensar en Funes, el memorioso. El absoluto dominio de la memoria sobre la vida cambiante le impide pensar, imaginar, solo está encerrado, paralizado en los discretos momentos de sus percepciones.

 

Mario Presas

Mario Presas

Mario A. Presas. Nació en Entre Ríos en 1933 y reside en La Plata. Es Profesor y Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de La Plata. Premio Konex de Platino 1996 rubro Estética, Teoría e Historia del arte. Estudios de postgrado en Alemania, becado por el Deutscher Akademischer Austauschdienst (Servicio Alemán de Intercambio Académico) y por la Alexander von Humboldt-Stiftung. Fue Profesor de Estética, en las Facultad de Humanidades de la UNLP y en la de Filosofía y Letras de la UBA. Investigador superior del CONICET. La Universidad Nacional de La Plata lo ha designado Profesor extraordinario en la categoría de Consulto. Es miembro del Centro de Investigaciones Filosóficas (CIF) de Buenos Aires, de cuya Revista latinoamericana de filosofía es coeditor. Algunas de sus últimas publicaciones han sido: "La verdad de la ficción", Buenos Aires, Almagesto, 1997; "La recepción estética", en el volumen Nº 25: Estética, de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, ed. por David Sobrevilla y R. Xirau. Instituto de Filosofía (Madrid), Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, 2003, y "Memoria y vida. Notas sobre Heidegger, Celan y Semprún", Revista Latinoamericana de Filosofía, Vol.XXIX, Nº 1 (2003), "Del ser a la palabra. Ensayos sobre estética, fenomenología y hermenéutica". Buenos Aires, Ed. Biblos, Colección Pasajes, 2009.