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Eugen Jebeleanu
/ El sueño del Hombre-Caballo

El sueño del Hombre-Caballo

 

(Un camino sin fin, por el que marchan, a
pasos regulares, atraídos por un objetivo
conocido únicamente por ellos, tropilla
innumerable. El Hombre-caballo se encuentra,
simultáneamente, tras la huella de los caballos,
en rutas ignoradas, y por las calles conocidas
de Hiroshima.)

Caballos, hermanos míos...cascos, caballos...cascos...
vosotros que marcháis día y noche, caballos...
cascos, caballos...ojos que no miran
sino adelante...
No lancéis hacia mí
la granizada de vuestros cascos.
Soy e hombre-caballo,
soy nada más que una dureza,
cada dedo,
un anillo con una piedra de granito.

Los tifones, el bochorno del sol y la lluvia
y un concilio con garras invisibles
me han despojado
de lo que tenía:
una nube de vestido roto
y cuatro
camisas de piel bien desollada
con cuanta carne ha quedado bajo ella.
Pero me han dejado los talones,
talones-cascos
sin herrar y doloridos
y brillantes como espuelas de estrellas.

No me echéis, miradme a los ojos
con vuestros ojos de mujer, enormes,
y mostradme cómo hacer
para que mi corazón golpee nuevamente
con ritmos regulares,
cómo partir cuando sienta que no late más
o -cuando repica como una campana- cómo
hacer para que no se me rompa en mitad de la calle.
Pasan las ruedas junto a mí,
pasan las ruedas de este tiempo rabioso,
salvaje como un leopardo
con manchas de aceite y de bencina,
manchadas de sangre...
Pasan las ruedas y, sin tocarme,
me destruyen.

Oh, caballos...cascos...caballos...cascos...caballos..!
Oh, los sonidos claros de los cascos..!
Cascos con herraduras,
herraduras que de cualquier modo os defienden
y, a veces, cuando estáis descansados,
resuenan argentinas como
una mañana después de la lluvia...
No puedo,
no puedo correr más
como los hombres!
Es demasiado
para dos piernas
de hombre.
Mis plantas han sido destrozadas
por dientes de piedra-perros
y quemadas
con las colillas de cigarrillos encendidos,
mi espalda se encorva día a día,
y no puedo correr más como los hombres...
Tomadme entre vosotros
y dadme abrigo en el establo vuestro,
junto a monturas de grupas relucientes.
No pido nada,
sino, acaso, un puñado de avena,
- pero mostradme cómo hacer
para que mi corazón golpee nuevamente
con ritmos regulares,
cómo partir cuando sienta que no late más
o - cuando repica como una campana- cómo
hacer para que no se me rompa en mitad de la calle.
Sed al menos piadosos
vosotros que me contempláis
con vuestros ojos comprensivos y mansos,
con vuestros ojos grandes,
de flores abiertas.
Recibidme entre vosotros...
Yo me contento con nada,
deteneos, caballos, deteneos, hermanos míos!
Tengo seis potrillos en casa...
Tengo seis,
seis potrillos.

(Los caballos se han detenido, pues - y el
hombre-caballo se da cuenta entonces- han
llegado frente a la luna. La luna es un cubo
con agua plateada. La tropilla bebe, es traga-
da por la luna. Ninguno parece haber escuchado
las palabras del hombre-caballo. El último,
sin embargo, vuelve la cabeza hacia el hombre,
indicándole que puede seguirlo. Después
inclina el cuello y bebe también y se torna
invisible. El hombre-caballo está a punto de
beber, mas en tanto se inclina sobre el cubo
ve reflejados, entre las estrellas vacilantes
en el agua, a la tierra y a sus seis niños.
Todo su cuerpo se estremece. Si él bebe
de la luna nunca más volverá a ver a sus
niños ni a la tierra. Se levanta y, alejándose
de la luna, regresa jadeante a la casa. El
eco de sus pasos recubre la música de las esferas.)
 

 

 

Eugen Jebeleanu

Eugen Jebeleanu

Eugen Jebeleanu nació en Câmpina, Rumania, en 1911. Escribió entre ambas guerras mundiales.
Participó de la liberación de la República Popular Rumana en 1944. Fue dramaturgo, poeta, crítico, traductor. Publicó, entre otros libros,
Poemas de lucha y de paz, Canciones de la joven floresta, Cantata contra la muerte y La sonrisa de Hiroshima,
escrito luego de un viaje que realizara a dicha ciudad. Falleció en Bucarest en 1991.