Tuerto Rey - Poesía y alrededores

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Claudia Masin
/ "La Gracia" en breve antología

El gran pez

 

Quiero recuperar tu sombra al menos, porque se puede crecer
a la sombra de algo, como los minúsculos organismos
en los troncos de los árboles, sin esperar más que la humedad
y la gota que de tanto en tanto cae y alimenta.
¿Se puede recuperar lo que no fue tenido? Es decir,
ciertas cosas que sólo han sido reales en la imaginación
que tuvimos de ellas, como dibujos salidos del vacío
y a él devueltos: tu cara, por ejemplo, mirándome
del otro lado del sueño, del lado en que se vela por quien duerme,
tu voz que cuenta una historia, mi cuerpo atado al hilo del relato,
llevado en el vaivén de las palabras como un barco
que antes de tocar tierra se detiene. ¿Es posible recuperar eso
sin una memoria que nos guíe, nos dicte un tiempo, un lugar,
detalles ciertos? ¿Es posible volver y volver
hasta moldear el cuerpo a la medida
de lo que no ha ocurrido? Dame la mano,
no me sueltes, no me dejes volver de allá sin nada, o al menos,
si eso sucede, hagamos como los pescadores
que después de noches de paciencia
llegan a sus casas cargados de redes vacías:
inventemos hazañas, peces raros y soberbios
que hemos dejado ir porque era hermoso verlos salir del agua,
brillar al sol, hundirse nuevamente, y porque a veces, simplemente,
la belleza desconcierta, hace que ya no sepamos muy bien
qué era aquello que habíamos salido a buscar, qué cosa nos faltaba.

La vista, Hilos, 2012

 

Nacido y criado

 

Hay un amor al extravío en todas las personas extraviadas,
a la larga uno levanta su casa donde resulta que ha caído:
arena, agua, barro, tierra firme. ¿Pero y si resultara
posible la mudanza, si el movimiento
no fuera una explosión que de improviso
transporta las moléculas de un cuerpo
de un lugar a otro lugar, si el movimiento fuera
desprenderse como se desprende una gota de una rama,
si fuera algo así de lento, así
de irreversible?

La vista, Hilos, 2012

 

El silencio
 

Cuando se es niño se respira como las plantas pequeñas,
y el aire más escaso es suficiente. Se vive como las piedras,
trasladadas por corrientes o desprendimientos -fuerzas exteriores,
elementos sobre los que no se tiene poder ni conciencia- hacia lugares nuevos.
¿Qué peligros y terrores no habremos conocido entonces,
cuando las manos amadas nos ponían en movimiento, hacia qué ríos furiosos,
a qué pendientes donde íbamos a perdernos habremos sido arrojados,
en qué avalanchas habrá quedado parte de nuestra materia? ¿Y si todo
lo que quisiéramos decir ya estuviera escrito en esa piedra
que otros moldearon como el viento?

La vista, Hilos, 2012

 

La gracia             
 

A veces, muy raramente, un encuentro nos conmueve
de una forma que no puede ser atenuada por el pensamiento 
o el lenguaje. Es que trae una memoria
de lo que fue íntimamente conocido y deseado, pero ha sido
desplazado a un lugar inalcanzable, de donde no sabría volver
a menos que una persona -entre todas- lo llamara. Somos
criaturas tímidas que no han hallado, en respuesta
a su curiosidad, a su pasión por las cosas, más que daño
o rechazo. Como animales que han luchado demasiado por su vida,
no sabemos qué hacer con la alegría, y si llega,
seguimos huyendo para salvarnos. Si lográramos vencer el terror,
si nos quedáramos, podríamos recuperar algo
perdido hace tiempo. La dicha más plena es una dicha física
y debería producirse sólo una vez,
antes de que conozcamos las palabras. Su regreso es siempre
un instante de gracia que nos devuelve el amor con el que un día
la materialidad del mundo nos ha tocado.

La plenitud, Hilos, 2010

 

El nudo
 

Porque no va a ser posible, a menos que pueda amarte, amar
a quien sea. Porque es un nudo escurridizo el amor, que se desliza
de mis manos a las tuyas, y no hay culpa ni condena en esa fuerza
desmedida que me arranca el deseo de vivir, es el mismo poder
que de repente hace que la tierra se convulsione
o estalle una caldera, pura presión de los elementos,
sin intervención de voluntad alguna.
Es el amor el estallido que me resta, pero es uno
que no trae violencia. Pensemos en el rocío cuando cae,
desmembrada el agua en mil haces pequeños,
pensemos en la curva de la luz descomponiéndose en colores
en el cielo, en las estrellas fugaces y su rápida aparición
y desaparición, en las cosas que intensa y suavemente
se abren y despliegan su potencia. Así el amor
que está encerrado y se resiste a morir sin abrazarse a la materia,
sin tocarte una vez para dejarme libre, roto el hechizo
como se ha roto y recompuesto ya mil veces
mi confianza en un contacto entre dos cuerpos
donde el calor se expanda sin quemar e irradie
su resplandor sobre la vida, como una hoguera modesta,
hecha con pocos leños, pero duradera.

La plenitud, Hilos, 2010

 

El pozo
 

Te estás yendo. Un punto diminuto en la distancia
que agita las manos, hasta que la desaparición, para la cual nadie
está preparado, te traga como un pozo cuya profundidad
no conozco. Probablemente no tenga fondo y en mis sueños
a partir de ahora, te vea siempre cayendo. No tuvimos una casa,
los objetos compartidos que son fuente de calor,
lo que permanece y en su permanencia nos serena, cimientos
y paredes y techo, el tronco de un árbol
que aunque dañado por los golpes del granizo,
ninguna tormenta alcanza a derribar. No tuvimos nada
que no pudiera ser fácilmente arrasado
ni movido de su sitio, vivimos a la intemperie
como si el amor fuera puro viento y no una piedra
cayendo desde lo alto de un precipicio, compacta
y decidida, una piedra que siempre toma partido
por la tierra, por lo firme, que se resiste a quedar vagando
en el aire ni en el mar. Sabe que si no hay suelo debajo,
no hay quien descanse, ni quien construya un puente sobre el agua
para poder cruzar a la otra orilla. ¿Una casa hubiera curado
nuestra herida? Es que creíamos que una casa era la herida misma,
los muros entre los cuales la fealdad crecía como una flor venenosa,
y soñábamos desde la infancia con un viaje que nos salvara, una isla
desconocida y cálida, el resguardo imaginario que hacía falta
para sobrevivir en el aislamiento de los ermitaños o los monjes.
No existía el ansia de la dicha, nunca existe cuando la principal
urgencia es escapar. Contra la propia fuerza de la vida
que impulsa a la reunión, contra la gracia que invariablemente
les espera a los que han sido demasiado heridos,
huimos una y otra vez como si el afecto humano fuera una amenaza,
una nueva lastimadura, desconocida esta vez y por eso
más peligrosa todavía, frente a la cual no sabríamos
de qué manera defendernos. Nada está solo. Y separarnos
los unos de los otros no nos da la soledad, más bien
nos acerca a los terrores del origen,
que van a acompañarnos de allí en más,
porque quien no construye su propia casa vuelve a las ruinas
de la que tuvo, como las bestias perseguidas y cansadas regresan
al lugar donde reconocen un tenue rastro de calor:
las brasas de la fogata que devastó el bosque en que nacieron,
las cenizas que aún siguen encendidas.

La plenitud, Hilos, 2010

Claudia Masin

Claudia Masin

Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Es escritora y psicoanalista. Vive desde 1990 en Buenos Aires. Coordina talleres de escritura. Publicó los libros de poesía: "Bizarría" (1997), "Geología" (2001; reeditado en 2011), "La vista" (2002, reeditado en 2012) "El secreto (antología 1997-2007)" (2007) "Abrigo" (2007), “La plenitud” (2010) y el libro de fotografías y poemas “El verano” (2010). Su libro “la vista” ha obtenido por unanimidad el Premio Casa de América de España en 2001 y ha sido editado por Visor. Su libro “Abrigo” ha obtenido una mención del Fondo Nacional de las Artes en 2004. Textos suyos han sido traducidos al francés, inglés, portugués e italiano. Participó en varias antologías de poesía y ensayo, en el país y en el exterior. Fue codirectora de los sellos editoriales “Abeja Reina” y “Curandera”. Ha creado y coordinado -junto a artistas de diversas disciplinas- ciclos de poesía, música e imagen, como "El pez que habla", "La musik" y "El gallo y la luna”.