Tuerto Rey - Poesía y alrededores

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Roberto D. Malatesta
/ Por encima de los techos

Y el río crece


Advierto que no tengo tinta ni papel
y el río crece.  Para mí y para mi perro
lo único seguro es el techo de la casa.
Quiero gritar, pero mi grito es tinta
y no tengo papel en dónde derramarlo.
Miro al cielo:  llovizna.  Detrás de la llovizna
veo la cara húmeda de Dios.
Brilla su oscuridad, su penumbra luminosa.
Me digo:  –aún tengo Dios– y me doy bríos.
Descubro que después del papel,
aunque mucho más alto, está Dios,
y sinceramente agradezco.
Dije una plegaria que no recuerdo.
La hubiera escrito, no importa,
todos los hombres la saben,
llegado el momento.


Ver


Desde la ventana del primer piso de mi vecino
veíamos aparecer marcas, señales, en la vereda de enfrente.
Una nueva hilera de ladrillos, asomar un tapial,
la puertezuela del medidor de luz y de ella
el tornillo donde la pinza abre, más abajo
la aparición del cristal, luego, su final
y así todos estos elementos que durante años
estuvieron a nuestra disposición, y no vimos,
ahora sobredimensionados por su efecto esplendoroso:
el río comenzaba a bajar, el río se retiraba de la ciudad.
Al final de aquel día mi vecino dijo:  mirá,
la ranura para las cartas de aquella puerta
está a la altura del picaporte de aquel portón.
Cuánto significado encontrábamos a estas cosas,
¡Y eso era mirar!
Todo un día y la mitad de otro estuvimos Viendo.
Los vecinos de enfrente, tres familias en una casa de alto,
hacían lo mismo con nuestra vereda
e intercambiábamos saludos y bromas increíbles, y más, risas.
Quién sabe quién sufriría aquel día, en aquel mismo instante
por una mancha de humedad o por la copa
que se derrama sobre el mantel.


Desde la esquina seca


Le pregunté si bajaba el río.
Sí, me contestó uno, mi casa
es aquella, una más allá de la esquina,
hoy se ve un poco más que ayer.
Yo me quedé mirando la casa,
rosada, más rosada aún
bajo el sol del atardecer.
Una casa bajo el río no es una casa,
pero aquel hombre de fe dijo firmemente:
sí, baja, mi casa.


Visitas    
                                                                                                                           

Las aguas del Salado visitaron mi barrio,
fue una lengua enorme, sedimentosa, oscura,
no se parecía al río manso de mi infancia,
más bien era el mismo demonio
que estiraba su lengua sobre nosotros.
Todos los vecinos subieron a los techos,
y yo juro, y mi perro jura,
vimos a Dante y a Virgilio
pasar en bote por mi calle
rumbo al purgatorio.
 

Por encima de los techos


Detrás de la vía el río subió más allá de los techos.
Ahora, veíamos cómo se había llevado al barrio, a su alma.
Pilas enormes de basura bloqueando las calles.
Caminando por allí reparo en alguien
que con fruición pasa la escoba a un mueble.
Yo no sé si de allí nacerá algo nuevo,
desde el ruido de la escoba, desde el músculo que se tensa.
Pero al hombre no parece importarle otra cosa que el efecto
de la escoba sobre la maltratada madera.
Ese hombre que cree en la escoba
y cree en su viejo mueble
y sopla su trabajo como un dios sobre el barro.


Caverna submarina


Era una particular caverna submarina.
Yo avanzaba y el ruido del agua era algo nunca oído.
Yo que me eché a oír
el agua de los ríos de llanura
y de los ríos de montaña,
a esta agua no la reconocía.
Esta que mis pies movían dentro de la casa
sonaba como de otro mundo,
como proveniente de otra realidad.
Y era una suerte que ya hubiese bajado, mucho.
Esperé todo un día luego de que comenzó a descender,
seguí los consejos de mi vecino: “con el agua en las rodillas sí,
con el agua al culo no”, por lo demás, había que conservar la ropa,
lo más seca posible, y, al fin,
bajé a constatar la presencia del intruso:  el río en mi casa,
pero a él, más antiguo que yo, más viejo que una ciudad
de más de cuatrocientos años, todo le era indiferente.
Ahora yo visitaba esa extraña caverna poblada por objetos flotantes
y moles de madera que amenazaban caerse.
Yo era un hombre de cientos de miles de años de antigüedad.
El progreso, ciertamente, nos había llevado muy lejos,
había tomado una gran curva,
se había enrollado
como la serpiente que se muerde la cola.
Yo avanzaba en medio de la confusión,
pero de todo aquel extrañamiento:
el ruido del agua que desplazaban mis pies,
un ruido que nunca había oído
era la nota mayor,
el ruido, un ruido que dudo
jamás pueda olvidar.

 

 

 


 

Roberto D. Malatesta

Roberto D. Malatesta

Roberto D. Malatesta nació en la ciudad de Sta. Fe, República Argentina, en 1961. Ha publicado varios Poemarios: entre ellos: Las Vacas y otros Poemas (1994), ambos ediciones delanada, Premio Municipal de Sta. Fe. Por encima de los techos editado en el 2003 por la revista El Arca del Sur. 2004 por Ediciones Leviatán, 2011 y 2012 ediciones de la UNL. Este libro es premio Pedroni categoría Edito. Cuaderno del no hacer nada 2009 Editorial Sigamos Enamoradas.
En el año 2010 obtiene el premio José Pedroni de Poesía en obra inédita con La nada que nos viste. Editado conjuntamente por la Unl y el Ministerio de Innovación y Cultura de la Pcia. de Santa Fe.
En el Año 2011 la Editorial Leviatán edita la Antología El silencio iluminado que reúne poemas escritos desde 1987 hasta la actualidad. Incluido en Antologías, entre ellas “Señales de la nueva poesía Argentina” Gijón España.
“Voix d´Argentine” 2009 Le temps des Cerises- Ecrits des Forges- Leviatán, Québec, Canadá.
Coordina el taller literario del Sindicato de Luz y Fuerza.

Estos poemas pertenecen a su libro Por encima de los techos, escrito en simultaneo con la inundación de Santa Fe, en 2003.
Roberto llegó a Tuerto rey de la mano de María Teresa Andruetto quien quiso  así  acompañarnos y darnos fuerzas  luego  de los  duros días que vivimos en La Plata a partir del 2 de abril cuando las aguas llegaron en algunos puntos de la ciudad, a los dos metros. A Roberto y María Teresa un agradecimiento de corazón.