Tuerto Rey - Poesía y alrededores

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Alfredo Jorge Maxit
/ Anotaciones de Horacio Castillo a su poesía y otras notas amigas

  

(fragmentos) 

  

Hombre de letras
 

Las anotaciones de Horacio Castillo sobre su poesía nos lo muestran como vigilante de su creación y atento a toda resonancia sobre la misma.

Con idéntico empeño transcribe versos, juicios críticos, evocaciones,  o apunta estimaciones propias de la cortesía o de la amistad, aunque siempre relacionadas con los textos: la ilustración de una pintora a un poema, la selección de otro para una antología, las traducciones, el recitado de Croar del alma por Alejandro Nicotra en una reunión de amigos –con voz conmovida pero segura-, su visita a Micenas o el recuerdo del Mosjoforos -estatua de un joven que lleva sobre sus hombros un ternero-, el verso que Pablo Anadón eligió como título de su estudio introductorio a La casa del ahorcado <>

Y se asombrará ante los versos de Homero que saca de la galera de su sabia memoria;  expresiones que incluso descubre en obras contemporáneas -en el título de la novela de Somerset Maugham, por ejemplo.  En Homero está todo –afirmaba. Pero también dará el lector, con versos de la Eneida en el original latino, con la consideración de la mediocritas de Horacio, al que risueñamente solía mencionar como el menor, con citas de Hesíodo, Safo, Anacreonte, Calímaco, Las mil y una noches, Dante, Apollinaire, Ungaretti, Rilke, Stefan George. ¡Cuánta literatura, cuánta poesía! Y. además, se encontrará con versos del Martín Fierro, del Santos Vega de Obligado y, ¿lo esperaba?, de los rockeros Jim Morrison y Mick Jagger <>

Hombre de las letras que juntan las palabras: melancolía, Iskandar –nombre árabe de Alejandro-, la palabra griega sphaira -que significa esfera-, omphalós, -que quiere decir ombligo, centro-, como una palabra dálmata –lengua extinguida, el cinocéfalo –con hocico semejante al del perro-, Hécate –diosa lunar-,  Apolo, el que mata las ratas, según uno de los epítetos de la Illíada.

Si hasta nos ha regalado el neologismo Labranda – que sugiere –expresa- el aroma de lavanda y la palabra laberinto, que viene de “labrys” –hacha <>


Lecturas referidas y recreaciones

Entre las anotaciones de Castillo, el lector no podrá no advertir algunas que remiten a otros textos. A la Geografiká, de Estrabón; a Il milione, de Marco Polo; a Las confesiones, de San Agustín; a dos textos del Nuevo Testamento: Hechos de los Apóstoles y Primera epístola de San Pablo a los corintios; a la Historia calamitatum -autobiografía de Abelardo. En Tapiz, el autor habla de una adaptación de dos líneas de un texto de Rilke.

En otras se trata de recreaciones: del cuento de la Bella Durmiente; de un poema de Andrew Marvell; o de la reformulación del duelo de Fausto y Mefistófeles, o más exactamente de Santos Vega y el Diablo; de la reivindicación “teológica” de Eva.


Algunas observaciones parciales

El registro de lo asombroso. Un árbol cuya sombra abriga a mediodía cincuenta hombres a caballo,/ hormigas como leopardos que extraen en invierno el oro de la tierra, (De: Estrabón, XV.)

<>la ciudad favorita de los halconeros/ donde se levantan pabellones de perdices reales,/ una cuadra de diez mil yeguas blancas para amamantar a la estirpe (De: Las aventuras de Marco Polo).

La versión poética de los primeros capítulos (el dulzura mía es del I, 4) de Las Confesiones,  en San Agustín I, 3. El renombrado autor del siglo IV se expresa, con frecuencia, con  juegos verbales que avanzan hacia lo profundo, como ocurre con la poesía de Castillo, quien –además- exhibe sus condiciones de traductor.

aquello que, aunque se quiebren los vasos, no se derrama (San Agustín I, 3)

quia etsi fragantur non effunderis  (Las confesiones I, 3).

Hay una línea de búsqueda mayor en este texto; también en el Dios desconocido de Los hechos, en los versos de Epistola – Porque se trata de asir lo inasible/ y las manos se quiebran,/ se trata de tocar la Verdad/ y arde la razón-, en el deseo final de Historia calamitatum espero otro nombre mejor que el de esposo,/ el nombre verdadero que jamás perece-, en los lamentos de Andrew Marwell, y, sobre todo, en las expresiones de El cautivo, en Contrapunto –Nací con la boca abierta a lo inefable.

Un postulado teológico, desde esa fe y saber, concuerda con la búsqueda: Deus semper maior (Dios –lo divino, tal vez acotara el poeta- siempre es más; siempre es mayor).


Nada le fue ajeno
 

Un primer lector de la poesía de Horacio Castillo podría llegar a pensar que fue su mundo creativo el de la evasión: el de la literatura griega, los mitos; el de la palabra y sus bellas letras.

Lea el poema Jean Beyar (De Materia acre, 1974) y la nota sobre su motivación, y tal vez empiece a cambiar de parecer. Dé un salto hacia los finales de su obra y échele una mirada a No temas al raptor (De Cendra, 2000) y a la nota de Castillo. Entonces verá, que el pretexto o la máscara –el mito del rapto de Perséfone por el Hades,  ha sido inspirado en la muerte de un ser amado. Y empezará a buscar qué –o quién- está detrás o debajo de esas coberturas. El creador uso de las máscaras –tan bien dilucidado por Martínez Astorino- es declarado en algunas notas por el mismo Castillo. Encuéntrese con ellas, en  Simeón estilita y en A una rama de laurel, por ejemplo. O antes, en Dice Eurídice (De Alaska, 1993), en la anotación al verso aquella habitación llena de espejos: en este poema –como en todos los suyos- subyace otra historia; en el caso, una separación de amantes de carne y hueso.

Algo más avanzado en la lectura de poemas y de notas, comprobará que esta poesía también vivió los destinos de la Argentina, en Generación, En una llanura verde; en Tren de ganado, donde –nos dice el metapoeta: En efecto, una lectura de superficie remite a los trenes nazis que se dirigían a los campos de concentración; en un segundo estrato puede referirse a los desaparecidos; y en una capa más profunda al hombre mismo, a la vida humana, como un viaje hacia la nada. Esta última posibilidad reaparecerá para el lector en muchos textos, en aquel de Andrew Marwell a su tímida amada, por ejemplo.

En La ciudad del sol: <> el poema es, también, una crítica al exilio del poeta en la sociedad contemporánea, porque su lenguaje es ininteligible para el racionalismo.

Acertadamente afirma Martínez Astorino, en anotación que Castillo adjunta a Al pie de la letra (De Tuerto rey, 1982): Por ello esta profesión de fe civil que resulta el poema.

O sea, la poesía de Horacio Castillo es semper maior. Y desde sus inicios. ¿Acaso no vio Jason Wilson algo más, en Anquises sobre los hombros, tercera composición de su Obra Poética? Su poema habla de la paternidad tanto como de la tradición poética, con una sencillez emotiva.

Por último –es solo un consejo y no el camino- puede el lector recorrer versos de La toma de Constantinopla (De Música de la víctima y otros poemas, 2003) y las anotaciones correspondientes. ¡Qué lejos está este poeta de la evasión! ¡Su preocupación es la nuestra, ante el fin evidente de una civilización! Por eso me permito una salida de los textos anotados -no de su palabra- y les transcribo la honda esperanza del sabio poeta ante los hechos, según los renglones finales de su comunicación académica–El poeta en las postrimerías-, de 1991: No la juventud ni la inmortalidad, no el gozo de la fugacidad ni la eternidad inmóvil, sino esa restauración del Espíritu como centro del mundo gracias a la cual tendremos nuevamente destino, puede que tengamos porvenir.


Cuidado compartido de las formas
 

El lector –más aún si es un estudioso de la Literatura- habrá de considerar un regalo para la indagación del fenómeno poético, las anotaciones de Horacio Castillo sobre su propia creación. Y agradecerá la generosidad de compartir sus secretos.  La agrupación arbitraria, incompleta, de los mismas en esta introducción no es sino un intento provisorio de síntesis e invitación a vivirlas allí, donde las dijo el poeta y más extensamente. Muchas de ellas, acompañadas por los poemas concernientes.

Expresiones: funciones y asociaciones. En Culto, la expresión “hasta mañana” cumple en este verso una doble función.  En La esposada, de Auto de sombras, el autor aprovecha la ambigüedad de esta palabra.  Y hace uso de la rima para acentuar la índole nupcial de los versos:  En siete ríos me lavé y se tiñeron de blanco./ Águila que bajaste a beber, comienza el canto. Obsérvese la asociación del “hasta mañana”, con la consideración del siguiente verso y la resonancia homérica que le sigue  - dispuestos a oír otra vez sobre el punto-, en Pablo entre los gentiles. Esta posibilidad de hablar del tema, propia del carácter griego, la encontramos en la Ilíada, donde Agamenón le dice a Aquiles: “Pero de esto hablaremos otra vez”. Es en ese mundo de resonancia estética donde debe situarse la asociación de Dionisios-Cristo, de En el muslo del dios. Algo semejante, en cierto sentido –expresa-, a lo que hizo Cassiano del Pozzo, en 1625, al pintar a san Juan Bautista con atributos de Baco.

Propósito estilístico de ciertos versos. En Para ser recitado en la barca de Caronte: el último verso imita el movimiento de los remos: cada vez más fuerte, cada vez más rápido, más lejos de la luz. En una gran llanura verde: Este poema, cuya falta de puntuación y repetición de la frase del título coadyuvan a la cadencia. En Eva revisited: hiende, cava, arranca de cuajo todo/ todo nada muerte vida más ahora sí. El texto se cierra con dos versos que, mediante una sucesión de palabras, reproduce los rasgos de una consumación sexual.

Lo que Martínez Astorino llama cadencia estetizante, el lector la percibirá en muchos poemas. Transcribo un solo caso, el del canto de Hécate,  en Encrucijada: Ella canta en la encrucijada/ y su canto abre las puertas del infierno./ Ella canta en la encrucijada/ y se retuercen los epilépticos./ Ella canta en la encrucijada/ y el alacrán arrastra su víctima al tálamo de fuego./ Ella canta en la encrucijada/ y el cuerpo y el alma desatan su terrible nudo.

Las formas. En Sphairon: la palabra griega sphaira significa esfera, pero el autor la modifica a imagen y semejanza del título de un tratado (el Proslogion, por ejemplo, de san Anselmo) del que se hubieran salvado algunos fragmentos.  En Tren de ganado, el autor transcribiendo el texto de un reportaje: “Hay un narrador, la voz del poeta que va hablando; están los que van en el tren, que se identifican por preguntas y dicen: ¿Qué es aquello? Y éste es el elemento formal al que quiero referirme. Yo podría haber contado por dónde iba el tren como se narra un cuento o como el que describe cualquier hecho. Sin embargo, intuitivamente, vi que cada respuesta a ¿Qué es aquello? iba marcando el itinerario del tren…” En A una nube que pasa: El tema del poema es, en lo principal, el cambio, representado en las formas cambiantes de las nubes y el intento de apresar a Proteo, aquella divinidad que podía transformarse continuamente.

Las estructuras. Ella en Sardes: La estructura de este poema remite al fragmento 98 (D), de Safo. Tuerto rey: Este poema, que da título al libro, reproduce la del Oidipous tyrannos de Sófocles. Tren de ganado: La estructura de este texto se asimila al de la tragedia griega con sus protagonistas, su coro y sus movimientos líricos de estrofa y antiestrofa. A una nube que pasa: La estructura del texto consiste en varias partes con discurso distinto que se repiten: preguntas que aluden a las formas que toman las nubes, el estallido del Ser (punto éste colocado entre paréntesis), la voz del narrador y, finalmente, la inversión del tiempo al sonar el clic de una máquina. Auto de sombras: En este caso, el texto ha sido organizado como el juego de la escondida, o del escondite, en que los que participan se esconden y deben ser encontrados por uno de ellos que, al descubrirlo, debe correr hasta tocar la pared antes que el otro. Música de la víctima: Castillo transcribe el texto de Martínez Astorino: está organizado en cuatro partes según la configuración de una pieza musical. Mandala: su estructura formal –son textos paralelos, aparentemente distintos, pero con simetría interna.


Coda. Eustacio y El cautivo  

Dos son los poemas autobiográficos mencionados en las anotaciones: Contrapunto y Epigrama.

En Epigrama, el autor habla desde la estatua Eustacio, su alter ego. Y lo hace desde el “dorado equilibrio” horaciano.

Teniendo en cuenta el recurso frecuente de la polisemia en Castillo, permítaseme conjeturar posibilidades o preguntas. El nombre griego elegido, Eustacio, significa “bien plantado, firme”. ¿Alude a su actitud en el mundo literario o a la firmeza de la estatua? ¿O acaso ha querido recordar a un famoso comentarista de Homero? Por otro lado, la terminación del nombre “cio” concuerda con la de su propio nombre. Además, el poeta se ve allí, en el Bosque de la ciudad de La Plata, cerca de los bustos de sus hermanos amantes de las Musas. ¿Será ése su destino? ¿Sugiere el poema, más allá del docto escepticismo, un personal deseo? ¿Ha sido Horacio Castillo tan solo poeta de una ciudad de provincia?

En Contrapunto, quien habla es El cautivo (¿o el cautivado?),  poeta en pleno ejercicio de su canto. Y ante las objeciones de El desconocido ( el Demonio de la payada; por sobre todo,  la Muerte, el Tiempo, el nihilsmo, la consumista sociedad contemporánea), el poeta defiende su póiesis, su hacer creador con las palabras. Ellos no saben lo que es recoger un pétalo del suelo, levantar una epopeya de rosas, sentir su aroma de flor, mujer, poesía; sus trasuntos de inefable.

Antes, El desconocido había apurado la estocada de la incredulidad: No hay rosas del otro lado. Y es entonces, cuando el poeta Horacio Castillo -ese argentino servidor de la Belleza, poeta de las postrimerías de la poesía contemporánea, la de los más elevados propósitos- celebra  la altura alcanzada por su afán poético, por sus rosas lingüísticas: Las dejo en el umbral.

 

Alfredo Jorge Maxit

Alfredo Jorge Maxit

(Colón, Entre Ríos, 1942). Después de 42 años de residencia en la ciudad de Buenos Aires, ha regresado a su pueblo natal. Su residencia en CABA marcó sin duda una larga y constante presencia en la ciudad de La Plata, en cuyo ámbito literario es considerado un conciudadano.  Es autor de ocho libros de poesía. Entre ellos, Des/habitaciones (2006), Sombras de luz (2007), En tránsito (2008), La poesía desde los poemas (2009)  y Cada luz (2011). Ganador del Premio Internacional Federico García Lorca (2011), otorgado por la Cátedra Libre de Cultura Andaluza y Ediciones Hespérides, por su obra Cuento sonámbulo. Ha escrito también obras teatrales —una de ellas, El curioso impertinente, en homenaje a Don Quijote de La Mancha - y  varios trabajos de crítica literaria.

Los fragmentos que aquí se comparten pertenecen al  prólogo del libro Anotaciones de Horacio Castillo a su poesía y otras notas amigaspublicado por La luna Que (Buenos Aires, 2012). Alfredo Jorge Maxit ha recopilado este material con paciencia de miniaturista y un claro propósito: contribuir a la lectura, conocimiento y estudio de la obra poética de Horacio Castillo. 

Rafael Felipe Oteriño escribe al respecto: "El resultado es este libro múltiple de Alfredo Maxit, quien comenta los poemas guiado por la palabra oral y escrita del autor, apuntando sus fuentes y la reelaboración de mitos, episodios y lecturas de la cultura universal. En ausencia del maestro, un ágape de amigos recrea, de este modo, el clima de cordialidad e intercambio de fervores literarios que hicieran de la frecuentación de Horacio Castillo una fiesta del espíritu".

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