Tuerto Rey - Poesía y alrededores

poesía, magia y alrededores /
de la literatura universal

Madres e hijos
/ Vretakos-Pániker-Oz-Shepard-Mastoraky

Madre e hijo

En el desfiladero de la historia el hijo luchaba incansablemente
y la madre sostenía las montañas para que su hijo se mantuviera firme.
Bronce, nieve, nube. Y resonaba el Pindo
como si Dionisio estuviera de fiesta. Los torrentes
arrastraban canciones y los abetos saltaban y bailaban
las piedras. Y todo clamaba: “¡Adelante, hijos de los griegos…!
Las almas se cruzaban en el horizonte como espadas
resplandecientes,
los ríos retrocedían, se desplazaban las tumbas.

Y las madres subían como vírgenes por los afilados barrancos.
Con su plegaria al hombro hacia el hijo subían
y el viento las hacía tambalear con su carga
y desataba sus pañuelos y arrebataba sus cabellos
y azotaba sus faldas y las hería con su espada,
pero ellas marchaban virilmente hacia lo alto, piedra tras piedra,
y escalaban la cumbre, hasta perderse entre las nubes
con la frente alta una detrás de otra.

De Nikiforos Vretakos en Poesía griega moderna, Vinciguerra, 1997. Traducción e introducción Horacio Castillo.

 

“Mis padres contribuyeron decisivamente a que mi infancia fuera feliz. Porque yo siempre me sentí querido. En el caso de mi madre, yo sabía además que su cariño era incondicional, lo cual me protegía. No me protegía mi madre, me protegía la incondicionalidad de su cariño”.

De Salvador Pániker, en Variaciones 95 (areté, Mondadori, 2002)

 

“En Rapid City, South Dakota, mi madre me daba cubitos de hielo envueltos en servilletas para que los chupara. Estaban saliéndome los dientes y el hielo me insensibilizaba las encías.
Aquella noche atravesamos los Badlands. Yo viajaba en la bandeja que hay detrás del asiento trasero del Plymouth, mirando las estrellas. El cristal estaba helado al tacto.

Nos detuvimos en la pradera, en un lugar donde había un círculo de enormes dinosaurios de yeso blanco. No era un pueblo. Simplemente los dinosaurios iluminados desde el suelo por unos focos.

Mi madre me llevó a dar una vuelta abrigado bajo una manta parda del ejército. Tarareaba una canción lenta. Creo que era “Peg a’ My Heart”. La tarareaba bajito, para sí misma. Como si sus pensamientos estuvieran muy lejos de allí.

Serpenteamos lentamente por entre los dinosaurios. Por entre sus patas. Bajo sus tripas. Describimos círculos en torno al Brontosauro. Miramos desde abajo los dientes del Tyranoraurus Rex. Todos tenían unas lucecitas azules a modo de ojos.

No había nadie. Sólo nosotros y los dinosaurios".

Sam Shepard-9/1/80-Homestead Valley, Ca.

De Sam Shepard, en Crónicas de Motel (Anagrama, 2005)

 

"Una vez, cuando tenía siete u ocho años, mientras íbamos sentados en la penúltima fila del autobús de camino a la clínica o a una zapatería infantil, mi madre me dijo que es cierto que los libros pueden cambiar con los años igual que las personas cambian con el tiempo, pero que la diferencia está en que casi todas las personas al final te abandonan a tu suerte, cuando llega un día en que no obtienen de ti ningún provecho o ningún placer o ningún interés o al menos algún buen sentimiento, mientras que los libros jamás te abandonan. Tú los abandonas a ellos a veces, y a algunos incluso los abandonas durante muchos años, o para siempre. Pero ellos, los libros, aunque los hayas traicionado, jamás te dan la espalda: en completo silencio y con humildad te esperan en la estantería. Te esperan incluso decenas de años. No se quejan. Hasta que una noche, cuando de pronto necesitas uno, aunque sea a las tres de la madrugada, aunque sea un libro que has rechazado y casi has borrado de tu mente durante muchos años, no te decepciona y baja de la estantería para estar contigo en ese duro momento. No echa cuentas, no inventa excusas, no se pregunta si le conviene, si te lo mereces o si aún tienes algo que ver con él, sencillamente acude de inmediato cuando se lo pides”.

De Amos Oz en Una historia de amor y oscuridad, Siruela, 2005

 

Resumen

Hijo, mi madre
me ponía sobre la piel el padrenuestro
y talismanes azules de Tinos.
Tomaba una gran llave
y cerraba dos veces mis ojos.
A la mañana enumeraba los sueños
y los registraba en un cuaderno.
Ahora me exorciza
el canto en los labios
cuando duermo
y todas las noches mi cama
se convierte en un tapiz
donde borda: "Libertad o Muerte".

De Jeny Mastoraky, Atenas, 1949, en Poesía griega moderna, Vinciguerra, 1997. Traducción e introducción Horacio Castillo.

 

Madres e hijos

Madres e hijos

Imagen: de Madre e hijo, película de Alexander Sokurov

 

Linaje

                   

 para Mateo

 

La brisa trae vientos de otras tribus
a tu frente,
las miro
haciéndose lugar
en tu risa de piel creole
surcada por siglos, detrás de los Andes
y los Cárpatos.

Linajes
honduras que intenté sostener en la palma
de mi mano,
como si algo se pudiera sostener,
como si ese zambullirte en el infinito mar
fuese previsible.

Mutante, pleno, en la rambla,
gira un barrilete sus flecos al aire,
absolutamente sin mí. Como una gacela
como una bandada de gansos
como un viaje.

Hombres y mujeres de bárbaro dialecto
vienen en tu sangre y son
tu trama. Puede que arrastren confusión
pero les he visto derrumbarse
sin fiereza alguna.

Recibo las historias de tu libro
para que descanses
en él:
tu Arturo
tu ineludible Shariar
tu Gándalf
radiantes
como la estrella
verde
que pegamos
en el vidrio

y brilla

cada noche

al trasluz.

(Sandra Cornejo, de Partes del Mundo, Alción editora, 2005)